José
Luis López Bulla
Intervención
en la Fundación
de Investigaciones Marxistas, 1 de Junio de 2012
Estoy
doblemente agradecido a la
Fundación de Investigaciones Marxistas. Primero porque ha
organizado este seminario sobre Bruno Trentin; segundo porque me ha invitado a
participar en este encuentro. Vamos a conversar, como nos ha pedido Eddy
Sánchez, sobre el compromiso de Bruno Trentin: sindicalista, político, intelectual
y en sus años mozos jefe partisano a los dieciséis años; de su etapa de
partisano nos ha dejado él mismo un Diario
de Guerra, que publicó en 2008 la Editorial Donzelli.
Se ha dicho esta mañana que Trentin abre tiene una visión teórica muy importante
para mañana. No lo dudo. Pero me
gustaría dejar claro una cosa: Trentin no escribe en el vacío. Es más, toda su
obra es el resultado de su obra como dirigente sindical y, en parte, la
reflexión de lo que está impulsando a diario en la práctica del conflicto
social.
Entrando
en lo concreto, intentaré resumir los ejes centrales del compromiso trentiniano
cuya idea fuerza era la humanización del trabajo --una formulación que hunde sus raíces en una serie
de planteamientos de Engels-- y la transformación de la sociedad. Para ello
parece inevitablemente necesario entrar de lleno en la idea que nuestro hombre
tenía del sindicalismo y la política y
de las originales aportaciones que hizo a lo largo de más de cincuenta años en
Italia y Europa. Es sobre las ideas y las prácticas que las acompañan sobre lo
que versaré mi intervención porque son las que conforman el compromiso
militante de nuestro hombre.
Trentin
se propone acompañar a los trabajadores y a sus movimientos organizados a
través de investigaciones sucesivas de las transformaciones que se van operando
en los aparatos productivos y en la economía, en la sociedad y en la cultura,
en la política y en la estructura de clases sociales. Investigaciones propias y
de otros autores, incluso las de aquellos que no se reconocían en la tradición
marxista. Lo que siempre le valió la fama de intelectual heterodoxo y fue visto
siempre con suspicacia por dirigentes de su propio partido con los que tuvo
frecuentes y famosos encontronazos como, por ejemplo, aquellos leones del
comunismo que fueron Palmiro Togliatti y Giorgio Amendola. Y no en cuestiones
secundarias sino de enorme importancia: el carácter del desarrollo capitalista
en Italia y Europa a mediados de los años cincuenta, la invasión soviética de
Hungría en 1956, la naturaleza del
sindicalismo y el sentido del conflicto social.
Primer
tranco. Trentin entiende que la subordinación histórica
del sindicalismo al partido no tiene sus raíces en Marx sino en Ferdinand
Lassalle (1). En la práctica fue el partido lassalleano el que se impuso y
determinó las relaciones entre el partido y el sindicato en las concepciones y
prácticas de Bebel y Kaustky, Guesde y Pablo Iglesias, Togliatti y Thorez, y
los que vinieron después. Es decir, la famosa correa de transmisión recorrió
las conductas de socialistas, socialdemócratas y comunistas a lo largo de la
historia de ambos sujetos. Como cosa chocante vale la pena traer a colación que
fueron los sindicalistas comunistas como Giuseppe Di Vittorio, Luciano Lama,
Bruno Trentin, Camacho, entre otros, quienes abrieron el camino para romper la
subordinación del sindicato al partido. En ese sentido es Trentin quien propone
los argumentos más potentes que, en parte, estaban presentes en los
planteamientos de Di Vittorio.
El
partido lassalleano se atribuye una gratuita preeminencia sobre el sindicalismo
y, a la vez, le concede paternalmente un estatuto donde implícitamente estaría
sometido a una acción meramente tradeunionista. De ahí el primer
chispazo entre Togliatti y Di Vittorio con relación al Piano del Lavoro,
(1949) un conjunto de propuestas en la posguerra que redactaron un veterano
Vittorio Foa y un jovencísimo Trentin, responsables del Gabinete de Estudios de
la CGIL.
Togliatti consideraba que un planteamiento de esa envergadura se escapaba de
las competencias y atribuciones que históricamente el partido había “concedido”
al sindicato y, por lo tanto, hizo lo posible por ningunearlo. El
sindicato tenía una misión y no podía salirse de ese libreto: los salarios y la
reducción de la jornada laboral. Vale la pena traer a colación lo que dijo
Togliatti en polémica con Trentin en febrero de 1957: “no corresponde a los
trabajadores tomar iniciativas para promover y dirigir el progreso técnico, que
es función del partido; a los sindicatos les corresponde sólo la lucha por el
aumento de los salarios” (2). Por lo tanto, el sindicato debe ejercer el
conflicto sólo en el terreno de lo distributivo.
Esta
preeminencia que se autoconcede el partido lassalleano comporta, además, que el
ejercicio del conflicto social esté subordinado a la contingencia de los
intereses políticos del partido. Así las cosas, el sindicato es una prótesis
funcional en cualquier circunstancia. De ahí las enormes reticencias que tuvo
el partido --y su doblez-- ante los continuados proyectos de renovación que
pusieron en marcha Trentin y sus compañeros de cara a crear vínculos unitarios
en el sindicalismo confederal italiano y las nuevas experiencias de
representación en los centros de trabajo, substituyendo las viejas comisiones
internas por los famosos consejos de fábrica nacidos en las grandes
movilizaciones de los otoños calientes a finales de los sesenta y principios de
los setenta en Italia.
Segundo
tranco. Trentin fue un sindicalista que analizaba,
ya se ha dicho, los constantes cambios que se iban operando en las estructuras
productivas y en toda la economía europea e italiana. Su célebre informe en el
Seminario del Instituto Gramsci [Le dottrine neocapitalistiche e l´ideologia
delle forze dominanti nella política economica italiana] en 1962, donde se produce el enésimo encontronazo con
Giorgio Amendola (3). Es no sólo una rigurosa investigación sobre las nuevas
expresiones del capitalismo (lo que entonces se dio en llamar neocapitalismo),
sino también el inicio de un nuevo itinerario del sindicalismo confederal
italiano que tiene como protagonistas a jóvenes dirigentes como Lama y Trentin,
Carniti y Gabaglio, entre otros. Digamos que son los primeros andares de la
búsqueda de una representación unitaria de los trabajadores en una fábrica que
había cambiado profundamente.
Si
su informe en el famoso seminario antes referido es un ejemplo de su capacidad
investigadora, no lo es menos el gigantesco trabajo que realiza en su libro La
città del lavoro, sinistra e crisis del fordismo [Feltinelli, 1997]. Pietro Ingrao dijo de él
lo siguiente: “Ha aparecido
durante el otoño en Italia un hermoso libro de Bruno sobre el cual sería
fecundo, a mi juicio, abrir una larga discusión, casi de masas”. Lamentablemente, me atrevo a señalar, no
está traducido al castellano; por eso me he metido en la insensata aventura de
verter ese libro al castellano, ustedes perdonen mis ínfulas. Es una tarea que
va apareciendo con regularidad en esta dirección: http://metiendobulla.blogspot.com.es/
Tiene
interés señalar que el proyecto sindical de nuestro amigo supone un serio
intento de vincular las aspiraciones de los trabajadores con la forma de la
representación. Para decirlo en términos más concretos: la organización no es
algo escindido del proyecto; la organización es algo así como la fisicidad del
proyecto. Es, para decirlo en términos gramscianos, la praxeología del
sindicalismo confederal. Y, en ese sentido, las formas de representación están
en concordancia con las transformaciones del trabajo que cambia y de las
aspiraciones del conjunto asalariado.
El
compromiso de Trentin fue la apuesta por un sindicalismo unitario, un sujeto
político de nueva planta. Ahora bien, no basta con plantear la necesidad de una
organización unitaria si no se introducen las adecuadas variables en ese
polinomio. En primer lugar la independencia del sindicalismo: en la
elaboración de su proyecto y en sus recursos con un conjunto de reglas propias
en su funcionamiento doméstico y en su relación extrovertida con otros sujetos
políticos, sociales e institucionales. En este
sentido, el establecimiento de las incompatibilidades entre determinados cargos
de dirección del sindicato y del partido –también en la esfera parlamentaria—
es una regla de gran importancia. Lo que, no hace falta decirlo, no sentó nada
bien en el Partido comunista italiano ni en la casa
socialista.
Es
el inicio del recorrido que le llevará a escaparse definitivamente de la
subordinación tradicional de papá-partido: una caminata, no siempre fácil, pues
en ocasiones tiene el riesgo de devenir esa práctica en pansindicalismo,
que le irá consolidando como sujeto político. Que siendo independiente, de las
elaboraciones de Trentin se desprende que no es indiferente al cuadro político
e institucional.
Tercer tranco.
Uno de los grandes compromisos de nuestro hombre es situar al sindicalismo
confederal y a la izquierda en una lógica que escape de la hegemonía del fordismo-taylorismo
que ha establecido “una relación de opresión y subalternidad no sólo jerárquica
sino también cultural, fundado en el monopolio de los saberes y decisiones de
los mánagers” (4). De ahí que afirme insistentemente que uno de los grandes
problemas de la izquierda social y política del siglo XX haya sido no estar
atento a los temas de la producción y haberse ocupado exclusivamente de
la distribución. Por eso se le han escapado las grandes transformaciones
que se han dado a lo largo del pasado siglo. Dice Trentin: La crisis ya manifiesta de lo que se
acostumbra a definir el sistema “taylorista-fordista” durará mucho tiempo entre
avances y derrotas redefiniendo modelos de organización del trabajo humano que
cada vez tienen un carácter menos definitivo (5). Pero, a partir de ahora, esta
crisis parece destinada a abrir nuevas heridas y nuevas divisiones entre las
organizaciones sociales y políticas que se inspiran en los diversos ideales de
emancipación de las clases trabajadoras y en el interior de cada una de ellas.
Sobre todo, esta crisis coge una vez
más con el pie cambiado a un gran parte de las fuerzas de izquierda en Italia y
en Europa, encontrándola frecuentemente desarmadas dada la consciencia tardía
(cuando la hubo) del inicio de dicha crisis
y de sus implicaciones sociales y políticas. Estas fuerzas no han
ajustado las cuentas con la herencia de la cultura taylorista-fordista que
llevan en sí mismas. Ni tampoco han tomado plenamente consciencia de la
influencia que esta cultura ha tenido sobre las ideologías productivistas y
redistributivas que, a lo largo de un siglo (incluso mediante la fuerte
legitimación de los grandes ideólogos de la revolución socialista y del
socialismo real) han dominado el pensamiento democrático y socialista en todo
el mundo (6).
La
propuesta trentiniana de salir del fordismo-taylorismo tendrá su base
experimental en las plataformas reivindicativas de los grandes convenios
colectivos con el tratamiento novedoso de cuestiones como el control de la
organización del trabajo en todas sus componentes como, por ejemplo, los
tiempos y horarios de trabajo, la profesionalidad y la contratación,
estrechamente ligados a la nueva representación de los trabajadores, esto es,
los consejos de fábrica, como expresión unitaria del sindicalismo confederal y
del conjunto de los obreros, técnicos y empleados en el centro de
trabajo. No se trata de un planteamiento abstracto sino al calor de las
grandes movilizaciones de los sucesivos otoños calientes. Toda una concepción
que es el resultado de una seria observación y, también, como fruto del diálogo
entre marxistas y católicos frente al historicismo marxista y las expresiones
populistas de no pocos exponentes de militancia cristiana.
Cuarto
tranco. El compromiso de Bruno Trentin nos trae a
colación un buen plantel de experiencias. De un lado, la fascinación de la
actividad sindical y, de otro lado, sus luces y sus claroscuros.
Entiendo
por fascinación de la actividad sindical ese quehacer cotidiano que tiene que
medirse diariamente con las decisiones que se toman. Trentin y los
sindicalistas verifican constantemente sus propuestas. Hay que elaborar la
plataforma reivindicativa y, a continuación, debe verificarse todo su
itinerario: o se firma o no se firma; o se convoca al conflicto o no se
convoca. Diríamos que es un permanente observatorio del estado de las
relaciones de fuerza en tiempo real. Es, para decirlo en términos
coloquiales, un constante trajín. Que, con cierta frecuencia corre el riesgo de
caer en la ramplonería del practicismo. No es este el ejemplo que nos ofrece
Trentin.
Sorprende
que un sindicalista como él, que ejerció altas responsabilidades federativas y
confederales, dirigiendo la FIOM
y la CGIL ,
tuviera tiempo para tan altas tareas de dirección cotidianas, leer, estudiar y
escribir importantes libros y ensayos sobre economía y sindicalismo (7). Me
gustaría que alguien me indicara si conoce algún dirigente político o sindical
que, al calor de tantas batallas, haya escrito una obra tan vasta. Por otra
parte, la lectura de la rica obra de nuestro hombre se caracteriza por un
potente aparato crítico con abundantes referencias a científicos sociales de
diferentes escuelas, no pocos de ellos alejados de la tradición marxista, y no
es infrecuente que en sus ensayos haga acopio de un acervo de lo que él llama
la sinistra non vincente, especialmente a la tradición libertaria. Lo
que, a buen seguro, provocaría más de una urticaria a sus amigos, conocidos y
saludados.
Quinto
tranco. Todo el proyecto sindical de Trentin está
cuajado de insistentes reivindicaciones de derechos, entendidos éstos en la
acepción de Gerardo Pisarello, como bienes
democráticos. Podríamos desvelar su tesis de la siguiente manera: si el
fordismo (no el taylorismo) es ya mera chatarra, es ineludible crear un
universo de nuevos derechos de ciudadanía social, dentro y fuera de los centros
de trabajo acordes con el nuevo paradigma postfordista. De ahí su recurrencia a
los nuevos derechos en esta fase que podríamos calificar de reestructuración-innovación
de los aparatos productivos y de servicios. Lo que, con dudosa propiedad,
podríamos señalar como derechos tecnológicos.
Reflexionando
sobre este mundo de los derechos Trentin establece, de un lado, la relación
entre trabajo y libertad; y, de otro lado, entre trabajo y conocimiento. En
ambas cuestiones, inseparables entre sí, resuena su insatisfacción por cómo
percibe (más bien, cómo no lo hace) la izquierda. Ahora bien, nuestro
hombre lo aclara con una condición: que la cultura de la izquierda sepa ocupar
los espacios que ha abierto la crisis del fordismo, forzando las
contradicciones que lo acompañan ya que la izquierda tiene un enorme retraso en
comprender la vertiente de estos problemas.
Uno
de los buques insignia de los nuevos derechos que plantea Trentin es la codeterminación.
Léase bien, no se dice co-gestión que es cosa bien distinta. Trentin entiende
por codeterminación lo siguiente: el método de
fijación negociada, como punto de encuentro, entre el sujeto social y el
empresario, anterior a decisiones "definitivas" en relación, por
ejemplo, a la innovación tecnológica, al diseño de los sistemas de organización
del trabajo y de las condiciones que se desprenden de ella. Se
trata, así las cosas, de un derecho que es esencial para la flexibilidad
negociada. Lo que supondría una nueva acumulación de conocimientos y saberes
por parte de los trabajadores y los sindicalistas a lo largo de todo el arco de
la vida de las personas. Se trata de los últimos esfuerzos de nuestro hombre:
ultrapasar los derechos de la tercera generación para proponer los derechos
culturales Es como si dijera que la disputa de saberes es parte
fundamental del conflicto social. Pero también como una de las condiciones para
el crecimiento económico, la participación democrática y cívica y la
construcción del futuro. De ahí que, desde hace tiempo, vengo reclamando la
constitución de un Estatuto de los Saberes, un compendio de nuevos derechos de
ciudadanía: una estrategia global de
redistribución del acceso a los saberes y a la información, democratizando la
revolución digital y tecnológica. Lo que tiene su máxima importancia en estos
tiempos que necesitan que el sindicalismo (y la política) valoren el capital
cognitivo en todas sus intervenciones; una batalla a la que, lógicamente, hay
que implicar a los poderes públicos. Y comoquiera que no hay batalla sin su
correspondiente grito mediático, propongo el siguiente: Más saberes para todos. Doctores tiene la Iglesia para elaborar
dicho Estatuto. No quiero rehuir la responsabilidad de indiciar algunos,
todavía insuficientes, apuntes. A grandes rasgos podrían ser: a) la formación a
lo largo de todo el arco de la vida laboral, b) enseñanza digital obligatoria y
gratuita, c) acceso gratuito a un elenco de saberes por determinar, d) años
sabáticos en unas condiciones claramente estipuladas.
He dicho que el conflicto por los saberes es parte
consubstancial del conflicto social. De ahí que sea necesaria una amplia
discusión, sin tabús, acerca de lo siguiente: ¿cuál es el nivel y grado de intimidación
que hoy tiene el conflicto social? ¿Hasta qué punto intimidan las reivindicaciones sindicales que siguen estando en el
cuadro fordista cuando este paradigma ha desaparecido prácticamente? ¿De qué
manera establecer un nuevo ejercicio del conflicto en el cuadro de las
mutaciones tecnológicas, que se caracteriza porque estando de brazos caídos,
las máquinas siguen funcionando? ¿de qué manera ejercer el conflicto sin
provocar bolsas de hostilidad por parte de la ciudad del trabajo y sus amigos, conocidos y saludados o, mejor
dicho, concitando amplios apoyos por parte de la ciudad del trabajo? Sobre
estas dos cuestiones el sindicalismo debe recuperar su retraso teórico y, sobre
todo, práctico.
Tranco
final
De
un lado, tengo para mí –sin involucrar ahora a Bruno Trentin- que el
sindicalismo europeo debe tomar buena nota de los planteamientos de nuestro
amigo especialmente en el vasto escenario del cambio de paradigma. Centrar su
estrategia en la tutela de los trabajadores, como si estuviéramos todavía en el
viejo contexto fordista, representa una desubicación de los tiempos que corren.
Pero esta es una opinión subjetiva que dejo de pasada como quien no quiere la
cosa. De otro lado, estimo que el apasionante anhelo de Bruno Trentin por la
unidad del sindicalismo encuentra nuevas bases en España con esta estable y
sostenida unidad de acción. Entiendo que este largo periodo unitario
debería ser un motivo necesario para que
los dos grandes sindicatos españoles sean todavía más ambiciosos.
Pienso
que se necesita más audacia en este terreno. De hecho, ¿qué diferencias
teóricas existen hoy en el sindicalismo español que puedan impedir empezar a
debatir la unidad sindical orgánica? He dicho empezar a debatir, no lanzarse a tumba abierta. Es un tanto
chocante que ambos sindicatos estén en la misma casa sindical europea y mundial
y, en cambio, no dispongan de un mismo albergue en casa. ¿Tiene esto sentido?
No lo tiene. Es más, sostengo la idea de que un sindicato unitario en España es
una condición necesaria –no digo suficiente--
para seguir encarando los desafíos presentes de esta crisis tan devastadora
que padecemos, también para afrontar los retos de este contexto de
innovación-reestructuración de los aparatos productivos y de servicios de toda
la economía. Es más, un sindicato unitario estaría en mejores condiciones para
encuadrar de manera estable a centenares de miles de asalariados, de todas las
tipologías, que todavía no están lo suficientemente cerca del sindicalismo
confederal. Y tal vez, una serie de colectivos sectoriales tendrían mejor las
cosas para encuadrarse en esa casa unitaria. Se mire por donde se mire no hay
riesgo alguno para empezar a hablar de la unidad orgánica; se mire por donde se
mire tampoco hay riesgos para construir un sindicato unitario.
En
los años del tardofranquismo los grupos dirigentes de Comisiones Obreras
teníamos una noble obsesión por la unidad sindical orgánica y su congreso
constituyente. Que no fue posible, como es sabido. Lo impedían factores
domésticos, la falta de experiencias unitarias de tipo sindical, poderosas
razones del contexto internacional y otras consideraciones. Hace tiempo que la
cosa ha cambiado radicalmente, siendo lo más destacable la acumulación
sostenida de experiencias unitarias y de hechos participativos conjuntos. Lo
único que falta es acomodar las condiciones
subjetivas de los grupos dirigentes a las condiciones
objetivas. Esto es, las necesidades, esperanzas y anhelos del conjunto
asalariado, de los pensionistas, de los que buscan trabajo y de los que no lo
tienen. Por eso, reflexionar sobre Trentin podría ser un acicate para empezar a hablar. De momento, empezar a
hablar.
NOTAS
(1)
Habla Marx: “En ningún caso los
sindicatos deben estar supeditados a los partidos políticos o puestos bajo su
dependencia; hacerlo sería darle un golpe mortal al socialismo”. Tal cual. Se
trata de la respuesta de nuestro barbudo al tesorero de los sindicatos
metalúrgicos de Alemania en la revista Volkstaat, número 17 (1869) en clara
respuesta a lo afirmado por Lassalle: “el sindicato, en tanto que hecho
necesario, debe subordinarse estrecha y absolutamente al partido” (Der sozial-democrat”,
1869).
(2)
Del epistolario privado Togliatti–Trentin. Iiginio Mariemma Attualità del
pensiero de Bruno Trentin en Il futuro del sindacato dei diritti (Ediesse,
2009)
(3)
Tendenze del capitalismo italiano, en Bruno Trentin Lavoro e libertà [Ediesse,
2008]. Existe una traducción castellana, La
ideología del neocapitalismo, publicada por la editorial Jorge Álvarez
(Buenos Aires, 1965)
(4) Il coraggio
dell´utopia [Rizzoli, 1994]
(5) No me resisto a
incluir la definición que Trentin ofrece del taylorismo en La città del Lavoro
[Feltrinelli, 1997]
Con este sumario término
[fordismo-taylorismo] no intentamos agrupar en un solo aparato conceptual el
trabajo de Frederick W. Taylor, de sus continuadores y apologistas la ideología
que Henry Ford supo dibujar en el curso de su gran aventura como capitán de
industria.
Que se trate de modelos de
organización de la producción ampliamente complementarios (el fordismo nace del
taylorismo, por así decirlo), pero está demostrado que son distintos, ya que en
la fase actual de crisis (irreversible) del modelo fordista emerge una singular
capacidad de “resistencia” de las formas de organización jerárquica del trabajo
heredadas de los principios de la “organización científica del management”,
elaborados por Taylor. A grandes rasgos se pueden sintetizar como sigue:
a) Estudio de los movimientos del
trabajador mediante su descomposición
para seleccionar aquellos que son “útiles”, suprimiendo los “inútiles” aunque
sean instintivos para reconstruir la “la cantidad de trabajo veloz que se le
puede exigir a un obrero para que siga manteniendo su ritmo durante muchos años
sin ser molestado” (Este análisis de los movimientos y su cronometraje fueron
incluso más eficaces en el método cinematográfico de Frank G. Gilbreth);
b) Concentración de todos los
elementos del conocimiento (del saber
hacer), que en el pasado estaban en manos de los obreros, en el management
que “deberá clasificar estas informaciones, sintetizarlas y sacar de estos
conocimientos las reglas, las leyes y las fórmulas”;
c) Apropiación de todo el trabajo
intelectual al departamento de producción para concentrarlo en los despachos de
planificación y organización; con la separación
radical (“funcional”) entre la concepción, el proyecto y la ejecución;
entre el thinking departament y la
tarea ejecutiva e individual del trabajador que está aislado de todo el grupo o
bien está en un colectivo. (Taylor repetía a sus obreros de la Midvale en 1980: “No se os
pide que penséis, para ello pagamos a otras personas);
d)
Predisposición minuciosa, por parte del manegement, del trabajo a
desarrollar y de sus reglas para facilitar su ejecución. Las instituciones
predispuestas del management deben sustituir totalmente el “saber hacer” del
trabajador y especificar no solamente qué es lo que debe hacerse sino “de qué manera hay que hacerlo en un tiempo
precisado para hacerlo”. Véase entre tantas fuentes, además de los escritos
de Taylor (La organización científica del trabajo), Georges Friedmann (La crisis del progresso, Guarini e
Associati, Milano 1994) e Problemi umani del macchinismo industriale, Einaudi,
Torino 1971) y Harry Braverman (Travail
et capitalismo monopoliste, Maspero, París 1976).
(6) Este es el incipit
de La città del lavoro.
(7) Una breve
bibliografía de Bruno Trentin:
·
Da sfruttati a produttori, De Donato, Bari, 1977
·
Il sindacato
dei consigli.
Intervista di Bruno Ugolini, Editori Riuniti, Roma, 1980
·
Lavoro e libertà nell’Italia che cambia, Donzelli, Roma, 1994
·
Il coraggio dell’utopia. La Sinistra e il sindacato
dopo il taylorismo. Un’intervista di
Bruno Ugolini, Rizzoli, Milano, 1994
·
(con Luis Anderson) Nord sud. Lavoro, diritti e sindacato nel mondo, Ediesse, Roma, 1996
·
(con Carlo Callieri) Il lavoro
possibile, Rosenberg & Sellier, Torino, 1997
·
La città del lavoro. Sinistra e crisi del fordismo, Feltrinelli,
Milano, 1997 en http://metiendobulla.blogspot.com.es/
·
(con Adriano Guerra) Di Vittorio e l’ombra di Stalin, Ediesse, Roma,
1997
·
Autunno caldo. Il secondo biennio
rosso (1968-1969). Intervista di Guido Liguori, Editori Riuniti, Roma, 1999
·
(con Carla Ravaioli) Processo alla crescita. Ambiente, occupazione,
giustizia sociale nel mondo neoliberista, Editori Riuniti, Roma, 2000
·
La libertà viene prima, Editori Riuniti, Roma, 2005
·
Lavoro e libertà. Scritti scelti e un dialogo inedito con Vittorio Foa e
Andrea Ranieri, Ediesse, Roma, 2008
·
Diario di guerra (Settembre-novembre 1943), Donzelli, Roma, 2008