Posiblemente
alguien pueda creer que, con la que está cayendo, es un lujo innecesario o una
pérdida de tiempo reflexionar sobre el futuro del sindicalismo. Yo no lo veo
así. Entiendo que es imprescindible esa
investigación porque, dada la velocidad de los cambios en todos los órdenes,
hacen que cada día estemos “en el futuro”.
O, en otras palabras, averiguar como debería ser el sindicalismo futuro
es darle utilidad a nuestra acción colectiva cotidiana, a la eficacia del ahora mismo. O, si se prefiere: qué elementos
“de futuro” podemos ir incluyendo en nuestra práctica de hoy.
Dos cosas
me impulsan a meterme en ese estado de la averiguación de la cuestión sindical:
de un lado, el llamamiento de Toxo a «repensar el sindicato»; de otro lado, lo
que recientemente ha dejado dicho Antonio Baylos, esto es, «el sindicalismo se encuentra ante un situación complicada
en el que se pretende por otra parte reducir al mínimo su influencia. Su poder
contractual y de conflicto debe asimismo confrontarse con su práctica y sus
experiencias e impulsar una transformación de las mismas en su acción
colectiva» (1). En base a ello he preparado para nuestra
conversación de hoy unos apuntes sobre: el nuevo estadio donde debería
insertarse la acción colectiva del sindicalismo confederal y el proyecto del
sujeto social. Que desde hace tiempo
considero imprescindibles y, especialmente, desde la última reforma laboral que tantos estragos está cometiendo.
1.-- El nuevo paradigma
«Nuestro
planeta cabe en una cáscara de nuez», podríamos decir parafraseando a Hamlet. Una
lectura de la metáfora shakesperiana podría referirse al gigantesco proceso de
la globalización. Que se ha acelerado gracias a los procesos de la innovación
de la tecnología que está transformando radicalmente el trabajo tal como lo
conocimos y percibimos a lo largo del pasado siglo. Se trata de una mutación de
época tras el derrumbe el sistema fordista que ha dejado atrás la fábrica e,
influenciado, poderosamente la cultura y las formas de vida del siglo XX. De
momento, apuntaremos que el fordismo ha colonizado la política, incluyendo a la
izquierda y al propio sindicalismo. Este es un dato que recuperaremos más
adelante.
No hace falta
decir que esta fase está siendo hegemonizada políticamente por el
neoliberalismo; y económicamente por la financiarización de la economía como lo
demuestra el siguiente ejemplo: a finales del año pasado, el patrimonio bajo
gestión de los fondos de inversión en todo el mundo se situó en 22,1 billones
de euros y el de los fondos de pensiones en 18,1 billones; entre ambos manejan
el 75,5 por ciento del PIB mundial. Es la financiarización que ha
cambiado la composición orgánica global del capital. Es –por decirlo de
alguna manera-- la muerte del
capitalismo industrial, con el que nos habíamos confrontado históricamente, y
la victoria de los capitales especulativos que corren, desbocados, a lo largo y
ancho del planeta. Y simultáneamente el
instrumento que persigue una nueva acumulación de capital, sin ningún tipo de
controles democráticos, en esta fase de largo recorrido de la
innovación-restructuración global de los aparatos productivos y de servicios.
Por ello, y más adelante nos referiremos a esta cuestión, las políticas de
campanario (también las de tipo sindical) no sólo son ineficaces sino
contraproducentes.
Ahora bien, si bien el neoliberalismo al
que regularmente nos referimos es de naturaleza económica y política,
precisamente por su potencia ha neoliberalizado
la sociedad y distorsionado la histórica relación, siempre defectuosa, entre
capitalismo y democracia. Lo que se
concreta visiblemente en que «las decisiones están emigrando del espacio
tradicional de la democracia», como dejó dicho Ralf Dahrendorf en Después de la democracia (Crítica,
2001). Y, como primera derivada, se
acentúa el «autoritarismo progresivo» que el mismo Dahrendorf relata en dicha
obra.
Sabemos las consecuencias de las
políticas neoliberales: un ejército de reserva de millones de parados,
a la mayoría de los cuales se les han privado de mecanismos de protección; un
ataque en toda la regla a los salarios que no tiene precedentes en la reciente
historia de nuestro país; el elevadísimo índice de impagos de las hipotecas
que, en los dos últimos años, se ha incrementado en un 42 por ciento; la
desarboladura de importantes tutelas y protecciones sociales (con la reforma
laboral), también en los terrenos de la sanidad y la enseñanza, la vivienda,
las pensiones y el derecho a una justicia gratuita, trasladando gran
parte de sus competencias y de los recursos públicos a los negocios privados;
el endurecimiento de las políticas mal llamadas de orden público; la ampliación
de la pobreza y la ampliación de la distancia entre ricos y pobres; la
desnaturalización del sistema democrático a través de políticas autoritarias
(eliminando derechos a mansalva) y el retorno a toda una serie de valores de
tiempos que creíamos superados mediante una alianza entre la economía, la
política y los altos funcionarios de la Iglesia , avalado todo ello
por la ocupación del partido gobernante en los aparatos más sensibles del
Estado.
Es verdad, estamos en esa situación. Pero
también es cierto que frente a ella hay un proceso de movilización sostenida de
millones de personas en los centros de trabajo, en las plazas y calles de
España. Es más, ciertas luchas que se
están desarrollando han conseguido importantes victorias que a mi juicio no
están convenientemente valoradas por nosotros mismos. Digamos que nuestro
discurso se limita a denuncia como se merece la política de agresiones, pero no
acaba de señalar las victorias, que
aunque pocas, están ahí indicándonos el camino: la huelga de las limpiezas, de
la sanidad en Madrid y en pueblos de Castilla – La Mancha , el emblemático caso
de Gamonal en Burgos. Luchas defensivas, ciertamente, pero simultáneamente muy
representativas de una sociedad activa que no se resigna. Quisiera, además,
señalar algo que no me parece irrelevante: toda esa acción colectiva (y
parcialmente victoriosa) se está desarrollando allá donde el sindicalismo no
está distraído en otras cuestiones y según me parece se desliza hacia
posiciones de campanario.
Recapitulemos sintéticamente lo dicho
hasta ahora: el largo proceso de hegemonía del sistema fordista ha dado paso a
un nuevo estadio que, por pura comodidad expositiva, llamaré postfordista con
una sostenida reestructuración-innovación global e interdependiente, lo que
conlleva la crisis de los Estados nacionales, con la hegemonía política y
cultural del neoliberalismo con el objetivo de eliminar controles democráticos
y, a partir de ahí, derribar el Estado de bienestar con la idea de hacerse con
sus recursos financieros. Así las cosas, el llamamiento de Toxo a «repensar el
sindicato» y las advertencias de Baylos me animan a presentaros una somera
reflexión del estado de la cuestión del sujeto social al que se nos invita a
repensar. Y posteriormente a proponer algunos ejes de esa posible y necesaria
gran reforma o repensamiento.
2.--
El estado de la cuestión
Vamos a señalar dos grandes cuestiones:
de un lado, el carácter y los contenidos de la negociación colectiva del
sindicalismo y, de otro lado, el tipo de representación y el proyecto
organizativo del sindicalismo.
Leamos
atentamente la radiografía que algunos han hecho sobre los contenidos reales de
la negociación colectiva. Las diferentes auditorías descriptivas de la
negociación colectiva en Cataluña, que ha hecho Miquel Falguera, referidas a
los últimos años, muestran a las claras que la inmensa mayoría de las cláusulas
contractuales relativas a la organización del trabajo son burdos copia-y-pega (ahora con ordenador, eso
sí) de las muy ancianas Ordenanzas Laborales de aquellos viejos tiempos de la Dictadura franquista.
Compruébese si se está exagerando. Y estimo que, sobre chispa más o menos, ese
porcentaje se repite por doquier. Por así decirlo, se va reproduciendo una
asimetría entre los cambios tecnológicos en el centro de trabajo y los
contenidos de la negociación colectiva. La asimetría es entre la fase actual
postfordista y el mantenimiento de unos contenidos negociales que siguen
estando en clave fordista. Y, más adelante, hablaré de una segunda asimetría:
de un lado la morfología del centro de trabajo cambia espectacularmente en
función de esas mutaciones mientras que la representación del sindicato y su
realidad organizativa se mantiene estática desde 1977. De momento insinúo lo
que me parece fácilmente pronosticable: mientras se sigan dando tales asimetrías, la
distancia entre el sindicalismo confederal y la utilidad de su acción colectiva
corre el peligro de ampliarse a lo largo del siglo XXI. tradicional. De ahí que
el llamamiento de Toxo no se refiera a darle una mano de pintura al sindicalismo sino a un auténtico repensamiento.
Que pasa ineludiblemente por una gradual eliminación de las dos asimetrías que
ya he mencionado.
3.— Apuntes para un
proyecto sindical fundamentado
3.1. Lo diré enfáticamente: el sindicalismo, al menos en las primeras décadas del siglo XXI, debe ajustar las cuentas con el paradigma tecnológico realmente existente. Ello quiere decir que debe intervenir en todo el escenario de la organización del trabajo. Ahí se mide, en primer lugar, la independencia y la alternatividad del sujeto social con relación a su contraparte. Medirse en el terreno de la organización del trabajo significaría abordar en la práctica real de la contractualidad el gran problema de la flexibilidad. Precisamente para conseguir que deje de ser una patología y se convierta en instrumento de autonomía personal. Me permito una observación: no debe confundirse la flexibilidad con la flexibilización.
Ahora bien, abordar la flexibilidad (que ya no es un instrumento de contingencia sino de muy largo recorrido) quiere decir situar como elemento central de la organización del trabajo el instrumento de la co-determinación de las condiciones de trabajo. Alerto, no estoy hablando del instituto de la cogestión; estoy planteando la codeterminación. Debe entenderse por codeterminación el permanente instrumento negocial de todo el universo de la organización del trabajo que queremos que vaya saliendo gradualmente de la actual lógica taylorista. Es decir, la codeterminación como método de fijación negociada, como punto de aproximado encuentro, entre el sujeto social y el empresario, anterior a decisiones "definitivas" en relación, por ejemplo, a la innovación tecnológica, al diseño de los sistemas de organización del trabajo y de las condiciones que se desprenden de ella. Esa actividad permanente (esto es, cotidiana) le ofrece otra dimensión, itinerante, al convenio colectivo. Claro que sí, se está hablando de un nuevo derecho de ciudadanía social en el centro de trabajo, de un imprescindible acompañante de la flexibilidad que, por tanto, es plenamente negociada.
Pero hay más, la codeterminación de las condiciones de trabajo (que no implica, por supuesto, confusión de los roles del sujeto social y del dador de trabajo) podría ser el instrumento que abordara globalmente –y no de manera parcializada— las condiciones de trabajo, que hasta la presente dan la impresión de ser abordadas como variables independientes las unas de las otras. Por ejemplo, la necesaria reordenación de los tiempos de trabajo, a través de la codeterminación, podría abordarse de mejor manera, no –como es costumbre inveterada— en tanto que variable desvinculada del resto de las condiciones de trabajo.
En definitiva, lo substancial es que la acción colectiva del sindicalismo confederal se incardine gradual y plenamente en el nuevo paradigma postfordista o como quiera llamársele. Lo que, dicho a la pata la llana, expresaría que toda la acción contractual debe tener esa característica: estar insita en el nuevo paradigma de esta época axial. Una manera para ello sería el establecimiento de un compromiso de largo respiro: el Pacto social por la innovación tecnológica Justamente para intervenir en toda la marea de la reestructuración in progress de los sectores de la economía toda. Imprescindible, por lo demás, para abordar los desafíos que nos presenta el welfare. ¿Por qué? Porque no es posible entrar de lleno en tan notables materias si no es a través de un nuevo enfoque. Un pacto social que, naturalmente, también comportaría un cuadro de derechos de nueva generación en lo que, a partir de ahora, llamaremos el ecocentro de trabajo. En suma, se trataría, en mi opinión, de un gran acuerdo con la misma voluntad estratégica que el sustentado, tiempo ha, que dio paso a los avances del Estado de bienestar.
3.2. Indisolublemente vinculado a lo anterior están dos grandes cuestiones: la democracia expansiva en el sindicato (o, si se prefiere, la participación) y la representación.
Planteo
la necesidad de un sindicato-de-los-trabajadores, no un sindicato para los
trabajadores. No se trata de una picardía de léxico sino de profunda convicción
del origen de la personalidad del
sujeto social. Para concretar más las cosas planteo no sólo un esbozo teórico
sino las mínimas reglas de funcionamiento de esa democracia próxima,
participativa que debe ser, en el repensamiento que estamos esbozando. En
primer lugar, es preciso que el sindicato incorpore a su acervo la necesidad de
la «soberanía sindical», esto es, que la soberanía reside en el afiliado.
Sería, por así decirlo, un transplante de la soberanía popular (de la que hablan
las Constituciones) al terreno sindical. Su concreción estaría en una serie de
normas de obligado cumplimiento como, por ejemplo, en los momentos de
elaboración de la plataforma del convenio colectivo y en el acto final de su
recorrido. La ´soberanía sindical´ y sus normas deberían establecerse en los
estatutos.
3.3.
Me pregunto: ¿cómo es posible que, después de tantas transformaciones en los
centros de trabajo, la representación y las estructuras internas del sindicalismo
sean idénticas a las que concebimos y pusimos en marcha en los primeros andares
de la legalización del sindicato? Hablo del comité de empresa y de la sección
sindical.
El
comité de empresa es un sujeto que ha dado infinidad de utilidades al sindicalismo.
Pero hoy es un mecanismo de freno. Lo es porque su biografía está impregnada
por un paradigma que ya no existe y por la vieja morfología del centro de
trabajo que tampoco existe. Más todavía, es un sujeto que impide una afiliación
exponencial. Por eso, sus poderes deben trasladarse al sindicato en la empresa
en una operación de búsqueda y construcción de la unidad sindical orgánica (2).
En
definitiva, esta democracia próxima (soberanía sindical, reglas para
concretarla y una nueva representación) son una buena hipótesis para gestionar
la difícil ecuación de la acción colectiva: democracia expansiva, debate y
decisión. Y, más todavía, una aportación inestimable a la necesidad de un
rejuvenecimiento de la democracia política, cada vez más demediada y orientada
a convertir el liderazgo político en celebridad mediática.
4.-- Apostilla
Precisamente
este año se cumplen 150 años de la fundación de la Asociación
Internacional de Trabajadores, conocida popularmente como la Primera Internacional.
La fundaron mis taratabuelos Marx, Engels y Bakunin en Londres. Lo digo para
provocar una reflexión sobre aquel acontecimiento, y también para que las
organizaciones sindicales y la izquierda se acerquen a las grandes cuestiones
del internacionalismo, precisamente en estos tiempos de la globalización que ya
no tiene vuelta atrás. Lo digo, además, interesadamente: para que dichos
sujetos no se dejen atrapar por las políticas de aldea y campanario. A menos
que quieran seguir camino de una muerte a la veneciana.
(1)
Antonio Baylos en http://www.1mayo.ccoo.es/nova/NNws_ShwNewDup?codigo=4510&cod_primaria=1158&cod_secundaria=1158#.UzAG86hdWqb
(2) http://theparapanda.blogspot.com/2007/02/una-conversacion-particular.html.
Una conversación entre Antonio Baylos y López Bulla.
* Universidad de Castilla – La Mancha , 8 de Abril de 2014