Nota. Agradezco al compañero Álvaro Orsatti que me
haya pedido este artículo para la revista de la Confederación
sindical americana.
José Luis López Bulla*
Hay palabras que de tanto ser manoseadas, no pocas
veces en vano, pierden no sólo su sentido originario sino que, incluso con
frecuencia, acaban siendo un monumento a la banalidad. Ese es, a mi juicio, el riesgo que amenaza
–en algunos medios del sindicalismo europeo-- a la palabra «auto reforma». Digamos que el destino de esta palabra, como
otras, podría terminar atrapada por la sintaxis vacía y redundante de la
retórica. Y puede ocurrirle lo que refiere el viejo dicho castellano: entre
todos la mataron y ella misma se murió. Por
otra parte, «el reformador encuentra enemigos en todos aquéllos que se
benefician del viejo orden, y sólo tibios
partidarios en aquéllos que podrían beneficiarse del orden nuevo”»,
según dejó sentado Maquiavelo.
Precisamente por ello cobra especial importancia la
obra y el testimonio personal de Bruno Trentin, tal vez el sindicalista europeo
más fascinante de la segunda mitad del siglo pasado. Efectivamente, Trentin es
el hombre de la reforma permanente del sindicalismo italiano: unas veces lo
consigue y otras se lo impiden los que
se benefician del viejo orden. Sin duda lo más exitoso de su contribución a la
reforma sindical fue, a principios de los setenta, su contribución (junto a
otros dirigentes) a la gestación de la nueva representación que significaron
los consejos de fábrica (consigli di fabbrica) y una amplia gama de
reivindicaciones cualitativas en la negociación colectiva.
El presente trabajo intenta reflexionar sobre la
necesidad de la auto reforma del sindicalismo español y en ello entramos sin
mayor dilación. Cuatro razones exigen, en mi opinión, esta operación que,
aunque urgente, debe ser abordada con tino y de manera gradual. Estas razones
son: el cambio de paradigma de los aparatos de producción y servicios en el
contexto de la globalización, la pérdida del poder económico de Europa, el
envejecimiento de la forma-sindicato y los efectos de esta profunda crisis en
la que todavía nos encontramos.
Primero. A pesar del cambio de paradigma (tránsito
del fordismo a un nuevo estadio en la producción y los servicios), el
sindicalismo confederal español sigue teniendo una morfología y unos
comportamientos como si no se hubiera producido dicho tránsito. Cariñosamente
podríamos decir que el sindicalismo español (y pienso tres cuartos de lo mismo
del europeo) es un sujeto que está desubicado de dichas mutaciones de época.
Esto podrá ser considerado como una impertinencia pero no cambia la cuestión. O
nos hablamos con seriedad o nos arriesgamos a formar parte del batallón de los
«últimos mohicanos».
Segundo. Afirma atinadamente Isidor Boix que [los sindicalismos] «están siendo afectados desde hace unos
años, pero lo están siendo cada vez más en la medida que la globalización
supone un desplazamiento hacia el Este de la actividad industrial, nuevas vías
y contenidos de la comercial, así como un emplazamiento a las organizaciones
nacionales y supranacionales, las sindicales entre ellas, para afrontar las
problemas que de ello derivan» (1). En otras palabras, ¿debe el sindicalismo
confederal mantener el corsé “nacionalista” cuando todo ha cambiado tan
espectacularmente?
Tercero. La forma-sindicato
en España ha envejecido mientras todo se mueve. Por eso, la manera de
relacionarse el sindicalismo con el conjunto asalariado, que ya es una
pluralidad compleja y no simple, ha envejecido también.
Las estructuras de
representación interna siguen siendo las mismas que pusimos en marcha tras la
recuperación de las libertades democráticas en España; y lo mismo podríamos
decir de las de representación externa. Mucha agua ha corrido bajo los puentes
desde aquellos entonces –hace cerca de cuarenta años— y, sin embargo, la casa
sindical mantiene la misma arquitectura. Incluso a pesar de las gigantescas
mutaciones que se han dado en los centros de trabajo, en la estructura de la
clase trabajadora y en el salto de la pluralidad simple a la pluralidad
compleja, esto es: la actual miríada de tipologías contractuales y, ahora, con la
deconstrucción del contrato de trabajo. De ahí que la sugerencia que habría que
dirigir al sindicalismo es la que dejó escrita el famoso Pereira (de Antonio
Tabucchi): «deje de frecuentar el pasado, frecuente el futuro».
Cuarto. No quiero ser
cenizo, pero debo partir de la siguiente hipótesis: la presente generación de
dirigentes sindicales estará sometida a la presión de defender lo conseguido y
no exactamente a ampliar las conquistas recibidas de sus mayores. De manera que
en esta acción colectiva de auto defensa y recuperación de fuerzas no es beneficioso
para los trabajadores (y para el mismo sujeto social) el mantenimiento de unas
estructuras que ya son pura arqueología organizativa y de representación
externa de la pluralidad compleja.
Pues bien, una vez
situadas estas cuatro razones del por qué de la auto reforma sindical en
España, vale la pena añadir otros pespuntes, a saber: las líneas generales que
deberían presidir la tan mencionada auto reforma.
Primero. Si el centro
de trabajo es el microcosmos de la acción colectiva del sindicato, es de cajón
que ese sujeto autárquico que es el comité de empresa sea substituido por la
sección sindical –esto es, el sindicato en tanto que tal— con todos los poderes
que sigue ostentando el comité. Naturalmente, se trataría de encontrar las
formas unitarias a través de un pacto, con normas obligatorias y obligantes,
entre Comisiones Obreras y UGT, avanzando gradualmente desde la unidad de
acción a la unidad sindical orgánica.
Segundo. Si hemos
dado por hecho que estamos en el post fordismo, el tipo de reivindicaciones
deben ser las que se desprenden de esa mutación de época. No puede ser que el
grosor de las plataformas reivindicativas --no sólo en los convenios
colectivos, también en el conjunto de las prácticas contractuales--
siga siendo el que se
correspondía a la época del fordismo puro y duro. Lo que comporta una pérdida
sensible de poder contractual real. Es imprescindible, pues, un giro de ciento
ochenta grados en el carácter de las reivindicaciones, acordes sobre todo con
el nuevo estadio postfordista, y especialmente vinculadas a la pluralidad
compleja en la que tanto estamos insistiendo.
Tercero. Y, a partir
de ahí, el gran desafío es dar el salto del actual sindicalismo para los trabajadores al sindicalismo de los trabajadores. Ahora mucho más
necesario que nunca para seguir encarando con nuevos instrumentos y puntos de
vista fundamentados los embates durísimos de esta crisis. En ese sentido,
resuenan con fuerza las palabras del maestro Vittorio Foa: «para que los
trabajadores tengan confianza en el sindicato, éste debe tenerla en los
trabajadores».
Por ello, planteo una
carga de profundidad. Programática y estatutariamente, el sindicalismo
confederal debe declarar solemnemente que “la soberanía para decidir está en el
conjunto de los trabajadores del ámbito donde se decide”. O sea, la soberanía
para decidir lo que sea pertinente (un convenio, una acción colectiva,
etcétera) está en el conjunto asalariado de ese ámbito concreto.
En efecto, se trata –«no tengamos miedo de lo nuevo», exigía Luciano
Lama-- de una refundación sindical en
toda la regla. A la misma altura de la que hicieron nuestros compañeros
ingleses a mediados del siglo XIX, transformando las viejas Unions en nuevos
sujetos; con el mismo coraje que nuestro
Joan Peiró transformó los ya arcaizantes
sindicatos de oficio en federaciones
de industria y sector. Ambos cambios significaron en su día dos cosas: la
consolidación del sindicato como sujeto activo, «de clase», y generador de
importantes conquistas de civilización.
Más
todavía, tenemos dos ejemplos más recientes: uno, el resurgir del nuevo
movimiento que representó Comisiones Obreras, a mediados de los sesenta del
siglo pasado, y la reforma cultural (incluida) la organizativa del sindicalismo
italiano que promovieron Bruno Trentin y sus compañeros (de la CGIL , CSIL y UIL: Pierre
Carniti, Emilio Gabaglio y otros) a raíz de las luchas de los otoños calientes
de principios de los setenta.
Finalmente,
una pregunta parece obligada: ¿hay mimbres en el sindicalismo español para
proceder a esta vasta auto reforma? Mi respuesta –en este caso intuitiva-- es afirmativa. Es una generación de
dirigentes que se han fogueado en los últimos cinco años en un proceso de
movilización sostenida, tal vez el de mayor diapasón de toda la reciente
historia del sindicalismo español. Posiblemente a ello puede ayudar la lectura
y el estudio sosegado de la obra canónica de Bruno Trentin, La ciudad del trabajo: izquierda y crisis
del fordismo (2).