¿SINDICALISMO DE LOS ANTIGUOS O SINDICALISMO DE LOS MODERNOS? (El sindicalismo en el paradigma medioambiental)
Granada 1, 2 y 3 de Octubre de 2008. Jornadas del Consejo General del Poder Judicial sobre Condiciones de trabajo y medio ambiente.
José Luís López Bulla, Consejero del Consell de Treball Econòmic i Social de Catalunya (CTESC)
Agradezco muy de veras a los organizadores de este encuentro que hayan pensado que un servidor --un sindicalista emérito y jubilado por mandato administrativo-- podía estar en algunas condiciones para intervenir en este importante seminario. Ciertamente, la relación entre el sindicalismo confederal y el paradigma medioambiental es una gran cuestión. Digamos, pues, que el Consejo General del Poder Judicial tomó una decisión tempestiva a la hora de promover estas jornadas; en ese sentido procuraré hacer las cosas con el mayor aseo posible y, por supuesto, con la soltura que da el hecho de no ejercer, desde hace ya algún tiempo, responsabilidad alguna en el sindicato. Gracias nuevamente.
Introducción
Cuando a mediados de los años setenta del siglo pasado Enrico Berlinguer lanzaba su propuesta sobre l’austerità, un grupo de sindicalistas de Cataluña reflexionamos sobre lo que dijo el amigo italiano; tras nuestra perplejidad, aplaudimos su coraje pero al día siguiente volvimos a nuestros idiotismos de oficio (1). Ni siquiera caímos en la cuenta de que podíamos experimentar gradual y modestamente algunas propuestas en nuestro quehacer cotidiano. En realidad hicimos tres cuartos de lo mismo que nuestras amistades sindicales europeas. Así pues, la voz berlingueriana, en nuestro caso, también clamó en el desierto sindical en paralelo al desierto político de sus mismos correligionarios más directos. Por decirlo amablemente, los sindicalistas de mi quinta estuvimos realmente distraídos. Cosa grave por dos razones: una, perdimos una buena ocasión para corregir –aunque fuera parcialmente— algunas gangas que nos venían de muy atrás; dos, trasladamos esta distracción a una herencia poco recomendable para las actuales generaciones de sindicalistas.
Primera conclusión provisional: el movimiento organizado de los trabajadores y el sindicalismo confederal no estuvieron al tanto del mensaje. De hecho esta distracción se mantiene en lo esencial. Ello no contraviene la aparición de algunas novedades de signo positivo en la acción colectiva del sindicalismo que, aunque minoritarias, expresarían la posibilidad de darles mayor difusión y ser, por así decirlo, elementos conductores de contagio. Es propósito de estas reflexiones proponer las pistas que, a mi juicio, explicarían el profundo retraso (más bien, la desubicación) de la acción colectiva del sindicalismo confederal con relación al medioambiente. Y desde ahí –desde esas pistas-- establecer como hipótesis la manera de aproximarse mejor a una práctica eficaz. Antes de entrar en materia, no obstante, desearía hacer una aclaración metodológica: aunque estimo el medio ambiente como un todo inescindible (esto es, el centro de trabajo y lo que convencionalmente se entiende por medioambiente) me es más útil, a efectos expositivos, hablar aparentemente por separado de lo uno y de lo otro. Al primer escenario le llamaré ecocentro de trabajo; al segundo, medioambiente. En todo caso procuraré dejar claro –al menos esa es mi intención-- los vínculos entre lo uno y lo otro.
1.— El sindicalismo ha sido durante muchos años (de hecho en la mayor parte de su importante biografía) un sujeto subalterno de la izquierda política y, en concreto, del partido que le apadrinó, a veces de manera autoritaria. Esto explica que el sujeto social dependiera de las grandes opciones políticas y culturales del partido político en cuestión. Así las cosas, el fetiche del desarrollo sin límites –propio del positivismo decimonónico y de sus inercias a lo largo de gran parte de la pasada centuria que indistintamente compartieron los partidos burgueses y los partidos obreros-- se trasladara in allegato a los sindicatos europeos. Por si fuera poco, la literatura más publicitada de Karl Marx (El Manifiesto del Partido Comunista y la Crítica al Programa de Gotha) daban pie no sólo a una enfática militancia en pro del crecimiento sin límites sino, especialmente, a su más exaltada sacralización. Diremos, para no dejarnos casi nada en el tintero, que las autoenmiendas del viejo Marx, el de los Grundisse, los leerían cuatro y el cabo. O lo que es lo mismo, las correcciones que Marx introdujo posteriormente no sólo no se conocieron sino que hubo fuertes intereses desde sus sedicentes parciales para echarle siete llaves al sepulcro de aquellos manuscritos.
En resumidas cuentas, el sindicalismo y, por supuesto, la izquierda no contestaron el modelo de crecimiento, sino el reparto de lo que estaba en juego. O, si se prefiere, no pusieron en tela de juicio la producción sino la distribución. Se trata de una limitación, así del sindicalismo confederal como de la izquierda política, que ha recorrido todo el itinerario del siglo XX.
En esa lógica, la subalternidad sindical vuelve a hacer acto de presencia cuando –primero el taylorismo y después el fordismo— el sujeto social contesta sólo el abuso, no el uso, de tales organizaciones del trabajo que, por lo demás, son vistas como definitivamente dadas y sin plazo de caducidad. Y para mayor abundamiento diré que las primeras contestaciones del movimiento sindical al taylorismo fueron ahogadas por el propio Lenin; hasta el mismísimo Antonio Gramsci dedicó algunas páginas, en sus Cuadernos de la Cárcel, de compresión y justificación de la bondad contigente del `americanismo´ taylofordista. En todo caso, el autor del mayor estropicio fue Lenin toda vez que fue el más leído y citado, el más influyente. Es más, a diferencia de la contingencia del italiano, Lenin planteó el taylorismo como un sistema organizacional de carácter inmanente.
El sindicalismo confederal en el ecocentro de trabajo, en esas condiciones, sólo podía contestar el abuso, no el carácter ontológico del sistema de organización del trabajo (la forma de producir) y cómo producirlo, esto es, el uso. Se contesta el abuso, como se ha dicho, especialmente sobre la base de la exigencia del resarcimiento. Es decir, no se pugna, por ejemplo, en a la raíz de la nocividad del ecocentro de trabajo sino sus consecuencias mediante la monetarización resarcida de aquel abuso y en la externalización hacia los sistemas públicos de protección social, también en clave de resarcimientos. De ello habló sin remilgos, en los años veinte del pasado siglo, un brillante, aunque desatendido economista (neoclásico) británico Arthur Cecil Pigou, El Pigou que creó el concepto de “deseconomía externa” como la diferencia entre el coste privado y el coste social de las actividades económicas.
La hipóstasis del sindicato con relación a su partido es la historia de la mayor parte de la biografía, más o menos compartida, del Dios-Padre Partido y de su Hijo, el sindicato. Una genealogía que hoy ciertamente ya no existe, al menos en los sindicatos más importantes europeos, pero que ha dejado una herencia plagada de estropicios culturales y de prácticas derrelictas que todavía campan por sus respetos.
2.-- … Hasta que llegó un momento –no es necesario para esta reflexión datar el momento histórico de ello-- en el que voces autorizadas empezaron a llamar al orden sobre la incompatibilidad entre el tipo de crecimiento sin límites y la defensa del medioambiente. Por supuesto, eran voces que ponían en entredicho potentes intereses económicos; eran ideas-fuerza que también cuestionaban los planteamientos de potente enjundia (Marx et alia) que habían sancionado el dogma desarrollista. Quienes se entrometieran en esa consideración corrían el peligro de todos los heterodoxos: extra ecclesia nulla salus. Ni que decir tiene que, en esa tesitura, los considerables intereses de los estados del llamado socialismo real hicieron suya –con no menor énfasis que en Occidente— la práctica del crecimiento sin límites, y sin controles. Eran indistintas las fábricas de los países del llamado socialismo real de las de Occidente en la externalización hacia el medio ambiente de una cuantiosa porquería. Con la sensible diferencia de que, en Occidente, existían controles y contrapoderes.
Para el sindicalismo –también para el conjunto de las izquierdas tradicionales-- los avisos de los ecologistas eran interferencias que venían a poner en entredicho la relación entre crecimiento y empleo, entre producción y mercado. Nosotros, sindicalistas, íbamos a lo nuestro: vincular el fetiche del crecimiento sin límites al mito del pleno empleo; un pleno empleo especialmente pensado para hombres y de ninguna manera atento a las cuestiones `de género´. De esta manera, además, seguíamos instalados en lo que un avisado Joaquín Nieto ha llamado “la historia de un largo desencuentro” y, con más énfasis, “el antagonismo, incluso virulento, que en algunos momentos del pasado se vivió entre sindicatos y defensores del entorno”, según Joaquín Araujo [De la economía a la ecología, Joaquín Nieto et alia, Trotta, 1995]. Unas relaciones que, también es justo decirlo, fueron entrando en un terreno menos conflictivo ante luchas de resistencia a partir de los sucesos de Río Tinto, en 1988, en protesta por las grandes cantidades de emanaciones sulfurosas, provocadas por el método empleado por la Compañía Minera para tratar el mineral.
3.-- Y casi contemporáneamente a estas voces críticas machaconamente insistentes, empezó a darse una `gran transformación´ (por usar la expresión de Karl Polanyi): el deslizamiento –primero lábil, después abrupto— del sistema fordista hacia otros derroteros. A efectos de esta reflexión es irrelevante cómo debe llamarse esta fase que tiene todas las hechuras de lo que Karl Jaspers, para otros asuntos, denominara una “civilización axial”. Podemos caracterizarla, con Manuel Castells, como la “sociedad informacional” o, por pura comodidad expositiva, el postfordismo. En todo caso, es de cajón que su característica más visible, según lo veo yo, es la profunda, vasta y acelerada innovación-reestructuración global de todos los aparatos materiales e `instrumentos´ inmateriales para la producción y los servicios. En estas nuevas condiciones, el protagonista de este seminario, el sindicalismo confederal, sigue siendo todavía –parodiando a Benjamín Constant— “el sindicalismo de los antiguos”. El sujeto social que, aunque ha roto con el cordón umbilical que le unía a sus mentores políticos, mantiene en las prácticas reales de sus políticas contractuales (con muy escasas discontinuidades) las mismas características de la fase anterior: la que relaciona directamente el crecimiento sin límites y contesta sólo la `distribución´ con la que, en el ecocentro de trabajo, disputa sólo el uso (y no el abuso) del sistema organizacional del fordismo, padre y señor del crecimiento sin límites. La literatura contractual cuando representa una cesura importante y valiosa es una cualificada minoría. Eso sí, apunta tímida y temerosamente a las posibilidades de renovación y al cambio de metabolismo hacia un “sindicalismo de los modernos”, al tiempo que recuerda hasta qué punto es oceánica la personalidad de este “sindicalismo de los antiguos”. Basta comprobar las diversas radiografías que Miquel Falguera ha ido exponiendo sobre el enorme retraso de la negociación colectiva, poniendo al desnudo el imponente calco de miles de cláusulas negociales que mantienen al pie de la letra los contenidos de las viejas y extintas Ordenanzas Laborales de Trabajo (2).
4.-- El “sindicalismo de los modernos” puede afrontar las cosas de las que hablamos de otra manera. De momento cuenta con, por así decirlo, las siguientes ventajas: a) una razonable independencia de proyecto, esto es, no es un sujeto hipostático de partido alguno; b) el fordismo es ya pura herrumbre; c) y el paradigma medioambiental está en el orden del día con mayor o menor adecuación en la retórica sindical, aunque pendiente de su adecuada difusión especialmente en el terreno de las prácticas negociales. En su contra están potentes factores de inercias centenarias y un elevado peso de rutinas, hijas o no de aquellas inercias; no pocas de las cuales son un directo legado de los sindicalistas de mi quinta, como ha anteriormente ha quedado dicho.
Vale decir, en todo caso, que unas y otras gangas están compartidas por sus contrapartes empresariales de las que, al menos en España, poco sabemos de su proyecto de época. De donde se infiere que los actores de la autocomposición de las relaciones laborales parecen desubicados de los grandes desafíos del mundo contemporáneo. En todo caso, comoquiera que el protagonista de este seminario es el sindicalismo, debemos centrarnos en la hipótesis de su propia auto renovación, de su tránsito al “sindicalismo de los modernos”.
Por supuesto, es de la mayor importancia que sea la casa sindical quien diseñe el proyecto de renovación y, en lo que ahora nos incumbe, a su capacidad (no fácil, desde luego) de establecer un vínculo aproximadamente virtuoso con el paradigma medioambiental y en el ecocentro de trabajo, y entre éste y aquel. Digo que no será fácil porque, aún corrigiendo la literatura real –vale decir, las prácticas contractuales-- deberá echar las cuentas con los humores de esa venerable anciana que es doña Correlación de Fuerzas. Una vieja dama que, si bien coquetea con las contrapartes empresariales, también puede beber los vientos por el sindicalismo de los modernos. En todo caso, si el sindicalismo confederal construye un proyecto real, de clara naturaleza compatible con el medioambiente y en el ecocentro de trabajo, compartiéndolo con quienes están dispuestos a ello, podemos establecer la hipótesis que serán menos las dificultades. Compartir el proyecto con el mundo de la intelligentsia (en primer lugar con la ciencia, la técnica y las humanidades del iuslaboralismo). Por lo demás, tampoco es exagerado afirmar que se está en mejores condiciones que hace años: la existencia del sindicato mundial (la Central Sindical Internacional) avala lo que, en principio, se enuncia como hipótesis. Hecho ciertamente novedoso porque esta organización es global, unitaria y plural. Y, desde luego, razonablemente independiente.
El instrumento esencial del sindicalismo es la contractualidad en su sentido más amplio. Una compatibilización entre las políticas contractuales de tipo macro con la negociación colectiva es, desde luego, el camino para darle un contenido difuso a los nuevas demandas de signo ambientalista. A condición, naturalmente, de que se tome buena nota de la defunción del fordismo tanto en sus características más históricamente llamativas como en la pérdida de su anterior potencia política y cultural. No tiene sentido, pues, que desde las grandes solemnidades congresuales se aprueben algunos pespuntes ambientalistas y, en el momento del tercio de varas, se presenten plataformas negociales de rancia estampa como si estuviéramos todavía en el fetiche del crecimiento sin límites; ni tampoco tiene sentido proclamar con Manuel Castells la era de la información y, en el momento de la verdad, poner encima de la mesa un petitorio estrictamente fordista. De ahí la ineludible auto renovación de los contenidos de las políticas contractuales, de la ubicación de todas ellas en el hecho tecnológico y sus vinculaciones con el medioambiente como elemento central del welfare ambiental, nueva versión obligada del Estado de bienestar. En el bien entendido de que todas ellas –políticas contractuales, cuestión medioambiental y dicho welfare— no son variables independientes las unas de las otras. Sino componentes, que aunque diversos, conforman el mismo paradigma. Esta es la prueba del algodón del sindicalismo de los modernos.
5.-- Pienso, en todo caso, que el sindicalismo de los modernos necesita poner encima de la mesa una cuestión de gran formato: la austeridad: la austeridad tal como la entendió verdaderamente Enrico Berlinguer que fue, en su día, piedra de escándalo no sólo en el resto de organizaciones políticas sino incluso en las diversas sensibilidades del propio partido comunista italiano. Unos la entendieron como un planteamiento miserabilista, otros hicieron correr el infundio de que era una utopía, por así decirlo, franciscana. Aclaremos que la austeridad no es la tendencia a la nivelación de la indigencia: es el desafío organizado, sobre todo, al gran problema del cambio climático y todos los elementos de indeterminación que provocan las agudas crisis globales, cada vez menos esporádicas, por ejemplo, de las materias primas tanto alimenticias como energéticas. Así pues, la política de austeridad pone como elementos centrales: el modo de producir, qué debe producirse, hacia dónde deben orientarse las inversiones, con qué alternativas y su relación con el mercado, esto es, con los consumos. Que debería orientarse a incentivar los consumos sociales que, por lo demás, son mucho menos costosos, considerados globalmente, que todos los consumos individuales, sobre todo los más llamativamente banales del alienante consumo farfolla. Lo que implicaría, a mi entender, una profunda reflexión sobre el uso social de las conquistas del sindicalismo. De esto hablaremos dentro de unos momentos.
En ese sentido parece que lo urgente no es reclamar la solución sino saber cómo empezar y qué sostenibilidad debe tener esa acción colectiva del sindicalismo de los modernos y del conjunto de lo que pacatamente se ha dado en llamar los `agentes sociales´ y la traslación de sus prácticas concertadas al universo de las relaciones laborales. Aclaro: prácticas concertadas que, siendo reales, tengan como sentido la defensa y promoción del paradigma medioambiental. Lo que se dice enfáticamente porque no es infrecuente la existencia de placebos en las negociaciones que, para decirlo con un famoso idiolecto granadino, acaban siendo pollas en vinagre. Se recuerda a quien desconozca el dialecto natío de estas tierras que las pollas son esas gallináceas de sabor insulso, que abundaban en los tejares, y que para enmascarar su insípido sabor se les rociaba vinagre a todo meter. Naturalmente no estoy impugnando ningún tipo de acuerdos genéricos o genericistas –al fin y al cabo es la venerable dama doña Correlación de Fuerzas quien manda. El problema es que se pone más retórica en la apariencia que en el tesón realmente negociador.
La conducta amplia y extensamente negociadora del sindicalismo confederal, expresamente referida al tema que nos concierne en estas reflexiones, debería atender a uno de los problemas que nunca han sido tomados en consideración: el uso social de las conquistas sociales. Por ejemplo, la relación entre reducción de los tiempos de trabajo y el uso social de esta conquista sindical. Cada descenso de los tiempos de trabajo ha ido acompañado, casi generalmente, por dos elementos: o bien ese descenso ha sido rellenado por tiempo extraordinario de trabajo o por un uso banal del tiempo de vida. En esta reflexión no nos importa demasiado lo primero que, en el fondo, es un problema de organización del trabajo. Es lo segundo lo que nos provoca algunas meditaciones. Que ya poco tienen que ver con los sistemas organizacionales del ecocentro de trabajo sino a lo que, enfáticamente, podríamos llamar modelos de vida o, si se prefiere, modelos de sociedad.
Hemos dicho más arriba que la política de austeridad no equivale en absoluto a una reedición de la indigencia, tampoco a lo que el maestro Umberto Romagnoli entiende por pobreza laboriosa. Aclaremos concretamente que no es equivalente a la recurrente moderación salarial que los diversos ilustrados reclaman para los demás, aunque no para ellos mismos. Se trata de un modelo de sociedad, de pautas culturales, compatibles con la defensa y promoción del (único) medioambiente de que dispones. Es un cuadro de vínculos entre, por así decirlo, los poderes adquisitivos dignos referidos a un trabajo decente en la acepción que Juan Somavía dio a esta expresión. Se trata de un hallazgo de gran pregnancia que relaciona la libertad, la igualdad, la seguridad y la dignidad humana, entendidas todas ellas como inescindibles entre sí. A retener que la esta caracterización de Somavía ha sido hecha como propia por la Organización Internacional del Trabajo.
La austeridad tiene también como elementos de acompañamiento la humanización del trabajo –de un trabajo especialmente libremente elegido-- en el cuadro de una profunda reforma de la empresa y del ecocentro de trabajo (2). Por tanto reclama un nuevo diseño de la economía que pone las bases gradualmente (tras la desaparición del sistema fordista) para producir unos bienes que den sostenibilidad a la defensa y promoción medioambiental. Se trata, en suma, de un reformismo fuerte con sentido y que, por lo tanto, nada tiene que ver con los mitos en lo que, en mayor o menor medida, ha estado enclaustrado el movimiento organizado de los trabajadores, así en el terreno ideológico como en el de la acción colectiva del “sindicalismo de los antiguos”.
6.-- ¿Está en condiciones el sindicalismo de los modernos de encarar estos rotundos desafíos? Como hipótesis mi respuesta es positiva. Pero no es incondicional. Una incondicional que no se basa esencialmente (aunque lo tiene en cuenta) en la importante biografía del “sindicalismo de los antiguos”, en sus conquistas sociales de civilización, también en los logros históricos que ha conseguido tanto en primera persona como en su papel deuteragonista o, simplemente, como figurante de la representación.
Digo que mi respuesta es positiva aunque no incondicional. Es decir, siempre que incardine su acción proyectual en la realidad del nuevo paradigma postfordista y de la gran transformación que se está operando, cuya esencia ya no es contingente sino de muy largo recorrido. Siempre que, como ha quedado dicho, establezca los vínculos y compatibilidades entre ecocentro de trabajo y medioambiente, entre esa díada y Estado de bienestar, y todo lo anterior como obra arquitectónica orientada a un diverso modelo de sociedad y pautas culturales.
Por si fueran poca la tarea, pienso además que la respuesta positiva sobre la capacidad del sindicalismo confederal para abordar los desafíos mencionados, me cabe señalar otra tanda de condicionamientos que el sujeto social debería proponerse gradualmente ordenados. Son los que siguen: la reforma de la empresa, la forma sindicato; los saberse del sindicalismo confederal; la participación activa e inteligente del conjunto asalariado; los (implícitamente) coaligados en el proyecto; las relaciones entre el sindicalismo y el iuslaboralismo
La reforma de la empresa es, en ese sentido, esencial. En las siguientes direcciones: a) la humanización del trabajo, b) el modelo de producir, y c) la nueva acumulación de derechos de ciudadanía social –los bienes democráticos en el ecocentro de trabajo. Se trata, dicho sin ambages, en procurar una nueva orientación que conduzca a una eficacia y eficiencia sostenibles en la empresa (3).
La humanización del trabajo fue una de las obsesiones del italiano Bruno Trentin, posiblemente el sindicalista más fascinante de la segunda mitad del siglo pasado (4). Él mismo remachaba tesoneramente que la principal vía para conseguirla era la intervención cotidiana en los sistemas de organización del trabajo mediante el instrumento de la codeterminación. Que, me excuso por la impertinencia, no puede ser confundido con la cogestión. La codeterminación, pues, como fijación negociada de las condiciones para el trabajo y las condiciones de trabajo. Muy en especial en todo lo atinente a la flexibilidad que ya no es un instrumento contingente sino inmanente, de muy largo recorrido. Una pieza clave, pienso yo, en el proyecto del sindicalismo de los modernos, capaz de transformar lo que en la actualidad es una patología en un instituto propulsor de autonomía y autorrealización personales. Y, acorde con nuestra reflexión central, en uno de los elementos claves –como condición necesaria, aunque no suficiente-- para la compatibilización entre ecocentro de trabajo y paradigma medioambiental. En ese sentido, me parece sorprendente el agobiante perecear del sindicalismo confederal que todavía no ha planteado (ni siquiera en la retórica congresual) tan notabilísimo planteamiento. Sostengo que la codeterminación, por las razones que he señalado, es el principal derecho de ciudadanía social que es exigible en el ecocentro de trabajo.
La forma sindicato que todavía mantiene el sindicalismo confederal choca abruptamente con las grandes transformaciones en curso, unos cambios que, aunque vienen de tiempo atrás, se diría que no han hecho más que empezar. Hace ya muchos años que vengo sosteniendo una polémica pública con sindicalistas y iuslaboralistas acerca de la inconveniencia de la forma sindicato. Una forma que alcanza su mayor inadecuación en el ecocentro de trabajo donde la representación del sindicalismo también es una proyección del sistema fordista. Así pues, sostengo que con la forma actual del sindicalismo confederal es una certeza que éste no podrá encarar los grandes desafíos de que estamos hablando; si cambia de morfología –en la dirección que nos aprestamos a sugerir— cabe la posibilidad de que el sindicalismo confederal pueda encarar los mencionados retos y desafíos.
La renovación de la representación sindical debe abordar los siguientes aspectos que, de modo esquemático, vamos a plantear: 1) el modelo dual en el ecocentro de trabajo que comporta la existencia de los comités de empresa y las secciones sindicales; 2) la representación de las diversas subjetividades en el ecocentro de trabajo; y 3) la arquitectura vertical del sindicato. Unas y otras son muy pertinentes en estas reflexiones en tanto que condiciones necesarias (tampoco suficientes) para que el sindicalismo tenga mayor fuerza representativa y estable, como vectores para que el sujeto social tenga más afiliación y, desde ahí –también como hipótesis-- jugar un papel (junto a otros agentes sociales) en la política de austeridad, en un proyecto asumido activamente capaz de compatibilizar las diversas variables y, así, intervenir en los grandes temas de la defensa y promoción medioambientales. Vayamos por partes.
El comité de empresa, un instituto nacido en el apogeo del particular fordismo español, es un instrumento obsoleto. Especialmente por su naturaleza `autárquica´ y particularista. Realmente es chocante que, cuando la empresa es principalmente global, esta representación de los trabajadores, el comité, no sólo no es global sino que ostenta su particularismo. En esas condiciones no puede establecer un itinerario que vincule su acción colectiva en el ecocentro de trabajo con la cuestión ambiental y el diseño de unas políticas welfarísticas de nuevo estilo. Digamos que la autarquía del comité y su particularismo no son límites; se trata de su propia personalidad, de su carácter en tanto que instrumento. De modo que ese carácter definidito (por ley) comporta, ciertamente, límites. Por lo demás, el comité de empresa es un instrumento que `secuestra´ la afiliación al sindicalismo confederal. Si me defiende el comité, ¿a santo de qué voy a afiliarme al sindicato?, parecen decirse millones de asalariados. De ahí que venga propugnando, desde hace mucho tiempo, que la representación social en el ecocentro de trabajo la tenga el sindicalismo. No es que éste sea naturaliter un sujeto extrovertido y capaz de internvenir de esa manera en esta época de innovación-reestructuración postfordista. Pero sí es una razonable hipótesis. Lo que no cuadra –esto es una certeza-- es el carácter de un instrumento de rancia estampa fordista cuando este sistema se ha ido con la música a la cacharrería.
Los sindicalistas de mi quinta diseñamos una morfología de sección sindical (e incluso de comité) que, ya en aquellas calendas, empezaba a estar desfasada de los cambios y transformaciones en la estratificación del conjunto asalariado en el centro de trabajo. No sabíamos más y aquellos polvos de antaño se convirtieron, por así decirlo, en estos lodos de hogaño. Éramos, además, unos sindicalistas que concebíamos, también como gangas heredades, la concepción de un sindicalismo masculinista. Tampoco, con el paso del tiempo, fuimos capaces de rediseñar un modelo de representación hospitalario con las nuevas emergencias que iban apareciendo en la gran transformación de la que empezamos a ser testigos de primer orden. Esto es, la mítica (y, con frecuencia, mitificada) unidad de la clase trabajadora era una poderosa legaña que nos dificultaba ver hasta qué punto en el centro de trabajo aparecían visibles diversidades categoriales que iban menguando el tipo de trabajador fijo: fijo en el centro de trabajo, fijo en el puesto de trabajo.
El panorama ha cambiado radicalmente. Sin embargo, la forma de representación sigue exactamente igual a la que nosotros dejamos estructurada. Visto lo cual, así las cosas, vale le pena recordar lo que se afirma en un recitativo de la mozartiana ópera “Il Rè pastore”: Olà che più si tarda? O sea, hay que ver lo que le cuesta al sindicalismo cambiar tan vejestorio y ya inútil forma de representación.
Por último, en este apartado, la verticalidad del sindicalismo es un sonado anacronismo en estos tiempos de la horizontalidad de las novísimas tecnologías. Cuando hablamos de `verticalidad´ nos estamos refiriendo a la estructura piramidal de sus estructuras, otro de los contagios que le viene, de un lado, de la forma partido, y, de otro lado, de la potente influencia que le dejó tanto el taylorismo como el fordismo.
En resumidas cuentas, la permanencia de los comités de empresa, la inadecuación representacional de los colectivos emergentes y la verticalidad del (todavía) sindicato de los antiguos hace que con la acentuación del paso del tiempo y acumularse todo un elenco de problemas comunes, las viejas estructuras sindicales están cada vez menos preparadas para gestionar e interpretar los desafíos epocales que tenemos delante de nosotros, tal como expresara en su día el maestro Trentin en “Rimettersi in discussione” Internista a Bruno Trentin a cura de Mimmo Carrieri, Quaderni rassegna sindacale, num. 4, 2001).
Los saberes del sindicalismo confederal representan ya un considerable acervo cultural. Miles de sindicalistas que han intervenido en los más variados procesos negociales y de reestructuraciones diversas nos vienen a decir que es en esa geografía social donde se acumulan los más grandes talentos de los movimientos políticos y societarios. Es más, no pocas pequeñas grandes transformaciones del y en el centro de trabajo han sido obra de propuestas y exigencias de esa gran cantidad de conocimientos empíricos. Y más, nunca como en los tiempos presentes, el sindicalismo confederal contó con tanta presencia en sus filas de personas con titulación universitaria, no pocos son sindicalistas con “mando en plaza”. De ahí que no acabe uno de explicarse las razones de tanta tardanza en abordar el signo de los tiempos. Pero, en todo caso, la existencia de conocimientos empíricos de unos y saberes académicos de otros representan una posibilidad (ciertamente, tampoco incondicional) para ir concretando un gradual cambio de metabolismo en el sindicato de los antiguos en la dirección de sindicato de los modernos.
En ese orden de cosas, este importante general intellect (por utilizar un concepto marciano), esta inteligencia colectiva que se encuentra así en las estructuras de la casa sindical como en el conjunto asalariado nos trae a colación dos cosas muy relevantes. Una, las mejores condiciones del sindicalismo confederal para elaborar autónomamente su propio proyecto; sus saberes ya no dependen de los préstamos a plazo fijo de sus viejos mentores, los partidos políticos. Otra, tales saberes pueden ser el elemento central de los hechos participativos que debe procurar el sindicalismo o, lo que es lo mismo, el general intellect expresa su utilidad en la participación activa e inteligente, formada e informada del amplio colectivo humano del sindicalismo confederal.
La participación activa e inteligente daría un nuevo impulso a lo que he dado en llamar el sindicalismo de los trabajadores, que es cosa distinta del sindicalismo para los trabajadores. El primero connota que el sujeto social viene legitimado, mediante los hechos participativos, por el conjunto asalariado; el segundo no deja de ser, visto con los ojos del sindicalismo de los modernos, una autolegitamación y, por lo tanto, una recreación itinerante de su propia autorrefencialidad.
Precisamente por la cesura que representa el sindicalismo de los modernos con relación al de los antiguos en el cuadro de una nueva acción colectiva en el terreno de las prácticas con sentido ambientalista y en el ecocentro de trabajo, la participación no es sólo un bien democrático de la comunidad social, sino el instituto útil para poner el almacén de saberes y conocimientos al servicio de las prácticas contractuales. En ese sentido podemos hablar de avances notables en, por ejemplo, el sindicalismo italiano. En el pacto interconfederal, la CGIL, CSIL y UIL han generalizado lo que, hasta hace poco, era una práctica casi exclusiva de los metalúrgicos de la CGIL: el referéndum vinculante a la hora de decidir si se firma o no el convenio en cuestión. Lo que, en el fondo, vendría a expresar metafóricamente que estamos ante algo así como el ejercicio de la soberanía sindical, entendida ésta como lo siguiente: ante temas de alto calado –y el convenio colectivo lo es-- la soberanía reside en todos los afectados, inscritos o no en la organización. En el caso italiano, por lo demás, nos encontramos con un sofisticado planteamiento, a saber, se define qué corresponde y qué no corresponde a cada organismo dirigente. De esta manera, entiendo que en el sindicalismo de los modernos no reza el famoso constructo ciceroniano: el que puede al más, puede a lo menos.
En todo caso, la participación debe contar con una normativa concreta que conceptualmente debería basarse en las siguientes consideraciones que tomo prestadas de Fernando Quesada. Este filósofo cita en su libro “Sendas de democracia, entre la violencia y la globalización” (Trotta, 2008) a I. Santa Cruz (5). Santa Cruz resume en cuatro características la idea de igualdad –que en este caso vale para establecer las condiciones igualitarias de la participación--, a saber: la autonomía, como posibilidad de elección y decisión independientes; la autoridad, en cuanto ejercicio real de poder; la equifonía, que equivale al uso libre de la palabra y su toma en consideración de los procesos argumentativos que hacen posible una decisión; y la equivalencia o, lo que es lo mismo, ser reconocido y poder actuar como quien un valor en posición de simetría respecto a los demás. En resumidas cuentas, la participación y sus normas no son un estatuto concedido desde los grupos dirigentes; es principalmente la práctica colectiva que legitima el discurso sindical, que no se agota en la administración institucional del poder sino que remite a los procesos democráticos de formación de la voluntad (6).
Los (implícitamente) coaligados en ese proyecto, cada cual desde sus diversidades o, lo que es lo mismo: comoquiera que ninguno de los desafíos que nos conciernen puede ser obra del monopolio de la acción colectiva del sindicalismo de los modernos, es preciso que éste se proponga como línea de conducta establecer una alianza –no necesariamente orgánica-- con todos aquellos que están interesados en las reformas que aquí estamos proponiendo. Se trata de que todos ellos compartan diversamente el paradigma de estas transformaciones: la reforma del ecocentro de trabajo, su vinculación con la defensa y promoción del medioambiente y los vínculos de lo anterior con el welfare ecológico. Digo `diversamente´ porque son muy distintos los mecanismos e instrumentos, las prioridades de los intereses y la metodología de cada cual. En ese cuadro de `coaligados´ está también la política, a la que el sindicalismo de los modernos debe mirar de una manera digamos laica. Cierto, no serán fáciles las relaciones del sindicalismo confederal con sus coaligados, especialmente con los movimientos ecologistas.
En ese sentido, las relaciones entre sindicalismo y movimientos ambientalistas no sólo no han sido fáciles sino que frecuentemente se han caracterizado por no pocas asperezas, con intentos de instrumentalización del uno al otro y viceversa. Pero el fondo del problema está en otro sitio: en la personalidad específica de ambos. De un lado, el sindicalismo negocia; de otro lado, los movimientos ecologistas y ambientalistas no negocian, al menos este es el caso de España. Esto conduce –por decirlo caricaturescamente— a que la acción colectiva del sindicalismo sea de naturaleza reformista y de los movimientos, en mayor o menor, medida sea antagonista. Con todo, el sindicalismo de los modernos no puede no relacionarse con dichos movimientos, confrontándose abiertamente con ellos y siendo algo más que receptivo a las propuestas factibles que le llegan desde dichos sectores. Es más, incorporando al proyecto sindical aquellos planteamientos que no contradicen su proyecto de compatibilización del ecocentro de trabajo, el paradigma medioambiental y el welfare.
El sindicalismo y iuslaboralismo han conformado, a lo largo del siglo XX, una auténtica y conflictiva pareja de hecho que, en mi opinión, parece entrar en una nueva fase de desapego de los unos con relación a los otros. Por cierto, este foro me parece una muy buena ocasión para hablar, aunque sea de refilón, de este asunto que me viene preocupando desde hace ya algunos años.
Soy de la opinión que la crisis de relaciones entre la pareja de hecho tiene su explicación en los retrasos de ambos. De un lado, el sujeto social sigue siendo el sindicalismo de los antiguos; de otra parte, el Derecho del Trabajo parece haber entrado –según el maestro Romagnoli— en el congelador: “más estrábico que miope, el Derecho del trabajo no ha comprendido a tiempo que estaba convirtiéndose nada más que el derecho de los ocupados y, por tanto, en un instrumento de privilegiados en defensa de sus empleos, mientras que –cuando al trabajo perdido se suma una cantidad de trabajo ingente no encontrado— el estado de necesidad y marginalidad social son connotaciones que cualifican fundamentalmente a los sin trabajo que, en la sociedad de los dos tercios, constituyen justamente el tercio excluido” (6). Quisiera advertir que no estamos haciendo una digresión en torno al tema que nos ocupa. Cuando Aris Accornero, profesor de Sociología industrial en La Sapienza, habla de la gran conquista de civilización que supuso el derecho del trabajo, está explicando hasta qué punto ese almacén de bienes democráticos que lo conforman ha estado acompañando al sindicalismo a lo largo del siglo XX: lo que hemos dado en llamar el sindicalismo de los antiguos. Así pues, ¿por qué no pensar que el Derecho del trabajo no puede acompañar, desde su propia autonomía y singularidad, al sindicalismo de los modernos?
En mi opinión dos son los elementos que parecen explicar la crisis del Derecho del trabajo: de un lado, el agostamiento de la negociación colectiva que no propone nuevas fuentes de derecho propias de esta fase de innovación-reestructuración; y, de otro lado, el deslizamiento de su estatuto epistemológico hacia otras disciplinas, concretamente el iusprivatismo. Razón de más, estimo, para propiciar una reaproximación de relaciones de la vieja pareja de hecho. En caso contrario, el derecho del trabajo, “el viejo trasatlántico” en expresión de Miquel Falguera, perdería el timón, el puente de mando y hasta la sala de máquinas. Ahora bien, esta reaproximación de la pareja de hecho no vendrá, a mi entender, de un modo voluntarioso. Sino de la nueva actividad del sindicalismo de los modernos, de la puesta al día de sus prácticas contractuales, en tanto que fuentes de derecho, capaces de establecer, gradualmente, los vínculos y compatibilidades (necesarios y aproximadamente suficientes) entre el ecocentro de trabajo, el medioambiente y las políticas de welfare ecológico.
7.-- Punto final. A lo largo de esta reflexión se han ido avanzando diversos retales sobre el sindicalismo de los modernos. La insistencia en esa formulación se explica porque sólo desde esa nueva personalidad podría el sujeto social abordar los grandes desafíos que han motivado la celebración de estas jornadas granadinas. Una vez situados dichos fragmentos, parece conveniente enhebrarlos (aunque fuera con ligeros pespuntes) y proceder a una primera definición `orgánica´ de lo que entiendo por sindicalismo de los modernos.
Es el sujeto social que hereda la voluntad de alteridad del sindicalismo de los antiguos, convirtiéndola en no ya en deseo sino en realidad inobjetable. Que establece su personalidad conflictual en el paradigma que ya no es el fordista, y es en la nueva fase donde propone unas prácticas contractuales acordes con la realidad tecnológica de nuestros tiempos. Que establece una metodología de vínculos y compatibilidades de las diversas variables (no independientes) del y en el ecocentro de trabajo, el medioambiente y el welfare ecológico. Que propone una política de austeridad, esto es, de lucha contra los despilfarros de todo signo. Y que, para ello, tiene el coraje de auto reformarse tanto en la forma sindicato como, desde ahí, incitar al conjunto asalariado a una generalizada participación activa e inteligente. Que no actúa como un cuerpo solipsista sino de manera extrovertida con todos aquellos que quieren compartir (diversamente) la defensa y promoción del medio ambiente. En definitiva, estamos hablando de un proyecto sindical que nace en el espacio empresa como “lugar donde se desarrollan institucionalmente las relaciones de poder derivadas de la doble dimensión, colectiva e individual, del trabajo asalariado [… ] como elemento decisivo en la conformación de la identidad del sindicato” (8). Así las cosas, el ecocentro de trabajo y el actual espacio empresa, exigirían una nueva identidad sindical. La hipótesis de que pueda conseguirse no es infundada: a condición de que el sindicalismo desaprenda una buena porción de las prácticas desubicadas de la nueva realidad, y a condición también de que se aplique en una nueva alfabetización ambientalista. Este sería un prerrequisito indispensable para todos aquellos que quieran compartir diversamente (el sindicalismo de los modernos entre ellos) la defensa y promoción del medio ambiente con una estrategia de crecimiento cualitativo.
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(1) Enrico Berlinguer. Austerità: Occasione per trasformare l’Italia. Conclusioni al Convegno degli inttelettuali. Roma, 15.1.1977 en http://209.85.129.104/search?q=cache:bqtza-QcMTsJ:www.greenreport.it/file/docs/Berlinguer%2520%2520eliseo.pdf+Berlinguer+austerit%C3%A0&hl=it&ct=clnk&cd=2&gl=es&lr=lang_it&client=firefox-a
(2) Miquel Falguera en MIQUEL FALGUERA: las dobles escalas salariales en http://theparapanda.blogspot.com/2008/05/miquel-falguera-las-dobles-escalas.html
Miquel Falguera MUJER Y TRABAJO: Entre la precariedad y la desigualdad en http://theparapanda.blogspot.com/2008/05/mujer-y-trabajo-entre-la-precariedad-y.html
MIQUEL FALGUERA: Carta abierta a los sindicatos en http://theparapanda.blogspot.com/2008/01/miquel-falguera-carta-abierta-los.html
(3) José Luis López Bulla “La reforma de la empresa”en La factoria, núm 8, Febrero – Mayo de 1999.
(4) Bruno Trentin es un autor de obras de imprescindible lectura. El lector tiene a su disposición una antología de sus escritos en la versión castellana de la Fundación Sindical de Estudios (Madrid, 2007). En lengua catalana hay otra antología, “Canvis i transformacions”, en la Col.lecció de Llibres de CTESC (Barcelona, 2005). Por lo demás, éstos y otros textos los encontrará el ciberlector en la bitácora “Con Bruno Trentin”: http://baticola.blogspot.com
(5) I. Santa Cruz en “Sobre el concepto de igualdad: algunas observaciones” en Isagoría núm 6 (1992)
(6) Jürgen Habermas: Moralidad, sociedad y ética. Una entrevista de Torben Hend Nielsen.
(7) Umberto Romagnoli, “Renacimiento de una palabra” (Fundación Sindical de Estudios, Madrid 2006).
(8) Antonio Baylos: “El sindicato y la acción colectiva de los trabajadores en la empresa: la identidad segura” en Sobre el presente y el futuro del sindicalismo, a propósito del pensamiento de Umberto Romagnoli. Fundación Sindical de Estudios, Madrid 2006.
Granada 1, 2 y 3 de Octubre de 2008. Jornadas del Consejo General del Poder Judicial sobre Condiciones de trabajo y medio ambiente.
José Luís López Bulla, Consejero del Consell de Treball Econòmic i Social de Catalunya (CTESC)
Agradezco muy de veras a los organizadores de este encuentro que hayan pensado que un servidor --un sindicalista emérito y jubilado por mandato administrativo-- podía estar en algunas condiciones para intervenir en este importante seminario. Ciertamente, la relación entre el sindicalismo confederal y el paradigma medioambiental es una gran cuestión. Digamos, pues, que el Consejo General del Poder Judicial tomó una decisión tempestiva a la hora de promover estas jornadas; en ese sentido procuraré hacer las cosas con el mayor aseo posible y, por supuesto, con la soltura que da el hecho de no ejercer, desde hace ya algún tiempo, responsabilidad alguna en el sindicato. Gracias nuevamente.
Introducción
Cuando a mediados de los años setenta del siglo pasado Enrico Berlinguer lanzaba su propuesta sobre l’austerità, un grupo de sindicalistas de Cataluña reflexionamos sobre lo que dijo el amigo italiano; tras nuestra perplejidad, aplaudimos su coraje pero al día siguiente volvimos a nuestros idiotismos de oficio (1). Ni siquiera caímos en la cuenta de que podíamos experimentar gradual y modestamente algunas propuestas en nuestro quehacer cotidiano. En realidad hicimos tres cuartos de lo mismo que nuestras amistades sindicales europeas. Así pues, la voz berlingueriana, en nuestro caso, también clamó en el desierto sindical en paralelo al desierto político de sus mismos correligionarios más directos. Por decirlo amablemente, los sindicalistas de mi quinta estuvimos realmente distraídos. Cosa grave por dos razones: una, perdimos una buena ocasión para corregir –aunque fuera parcialmente— algunas gangas que nos venían de muy atrás; dos, trasladamos esta distracción a una herencia poco recomendable para las actuales generaciones de sindicalistas.
Primera conclusión provisional: el movimiento organizado de los trabajadores y el sindicalismo confederal no estuvieron al tanto del mensaje. De hecho esta distracción se mantiene en lo esencial. Ello no contraviene la aparición de algunas novedades de signo positivo en la acción colectiva del sindicalismo que, aunque minoritarias, expresarían la posibilidad de darles mayor difusión y ser, por así decirlo, elementos conductores de contagio. Es propósito de estas reflexiones proponer las pistas que, a mi juicio, explicarían el profundo retraso (más bien, la desubicación) de la acción colectiva del sindicalismo confederal con relación al medioambiente. Y desde ahí –desde esas pistas-- establecer como hipótesis la manera de aproximarse mejor a una práctica eficaz. Antes de entrar en materia, no obstante, desearía hacer una aclaración metodológica: aunque estimo el medio ambiente como un todo inescindible (esto es, el centro de trabajo y lo que convencionalmente se entiende por medioambiente) me es más útil, a efectos expositivos, hablar aparentemente por separado de lo uno y de lo otro. Al primer escenario le llamaré ecocentro de trabajo; al segundo, medioambiente. En todo caso procuraré dejar claro –al menos esa es mi intención-- los vínculos entre lo uno y lo otro.
1.— El sindicalismo ha sido durante muchos años (de hecho en la mayor parte de su importante biografía) un sujeto subalterno de la izquierda política y, en concreto, del partido que le apadrinó, a veces de manera autoritaria. Esto explica que el sujeto social dependiera de las grandes opciones políticas y culturales del partido político en cuestión. Así las cosas, el fetiche del desarrollo sin límites –propio del positivismo decimonónico y de sus inercias a lo largo de gran parte de la pasada centuria que indistintamente compartieron los partidos burgueses y los partidos obreros-- se trasladara in allegato a los sindicatos europeos. Por si fuera poco, la literatura más publicitada de Karl Marx (El Manifiesto del Partido Comunista y la Crítica al Programa de Gotha) daban pie no sólo a una enfática militancia en pro del crecimiento sin límites sino, especialmente, a su más exaltada sacralización. Diremos, para no dejarnos casi nada en el tintero, que las autoenmiendas del viejo Marx, el de los Grundisse, los leerían cuatro y el cabo. O lo que es lo mismo, las correcciones que Marx introdujo posteriormente no sólo no se conocieron sino que hubo fuertes intereses desde sus sedicentes parciales para echarle siete llaves al sepulcro de aquellos manuscritos.
En resumidas cuentas, el sindicalismo y, por supuesto, la izquierda no contestaron el modelo de crecimiento, sino el reparto de lo que estaba en juego. O, si se prefiere, no pusieron en tela de juicio la producción sino la distribución. Se trata de una limitación, así del sindicalismo confederal como de la izquierda política, que ha recorrido todo el itinerario del siglo XX.
En esa lógica, la subalternidad sindical vuelve a hacer acto de presencia cuando –primero el taylorismo y después el fordismo— el sujeto social contesta sólo el abuso, no el uso, de tales organizaciones del trabajo que, por lo demás, son vistas como definitivamente dadas y sin plazo de caducidad. Y para mayor abundamiento diré que las primeras contestaciones del movimiento sindical al taylorismo fueron ahogadas por el propio Lenin; hasta el mismísimo Antonio Gramsci dedicó algunas páginas, en sus Cuadernos de la Cárcel, de compresión y justificación de la bondad contigente del `americanismo´ taylofordista. En todo caso, el autor del mayor estropicio fue Lenin toda vez que fue el más leído y citado, el más influyente. Es más, a diferencia de la contingencia del italiano, Lenin planteó el taylorismo como un sistema organizacional de carácter inmanente.
El sindicalismo confederal en el ecocentro de trabajo, en esas condiciones, sólo podía contestar el abuso, no el carácter ontológico del sistema de organización del trabajo (la forma de producir) y cómo producirlo, esto es, el uso. Se contesta el abuso, como se ha dicho, especialmente sobre la base de la exigencia del resarcimiento. Es decir, no se pugna, por ejemplo, en a la raíz de la nocividad del ecocentro de trabajo sino sus consecuencias mediante la monetarización resarcida de aquel abuso y en la externalización hacia los sistemas públicos de protección social, también en clave de resarcimientos. De ello habló sin remilgos, en los años veinte del pasado siglo, un brillante, aunque desatendido economista (neoclásico) británico Arthur Cecil Pigou, El Pigou que creó el concepto de “deseconomía externa” como la diferencia entre el coste privado y el coste social de las actividades económicas.
La hipóstasis del sindicato con relación a su partido es la historia de la mayor parte de la biografía, más o menos compartida, del Dios-Padre Partido y de su Hijo, el sindicato. Una genealogía que hoy ciertamente ya no existe, al menos en los sindicatos más importantes europeos, pero que ha dejado una herencia plagada de estropicios culturales y de prácticas derrelictas que todavía campan por sus respetos.
2.-- … Hasta que llegó un momento –no es necesario para esta reflexión datar el momento histórico de ello-- en el que voces autorizadas empezaron a llamar al orden sobre la incompatibilidad entre el tipo de crecimiento sin límites y la defensa del medioambiente. Por supuesto, eran voces que ponían en entredicho potentes intereses económicos; eran ideas-fuerza que también cuestionaban los planteamientos de potente enjundia (Marx et alia) que habían sancionado el dogma desarrollista. Quienes se entrometieran en esa consideración corrían el peligro de todos los heterodoxos: extra ecclesia nulla salus. Ni que decir tiene que, en esa tesitura, los considerables intereses de los estados del llamado socialismo real hicieron suya –con no menor énfasis que en Occidente— la práctica del crecimiento sin límites, y sin controles. Eran indistintas las fábricas de los países del llamado socialismo real de las de Occidente en la externalización hacia el medio ambiente de una cuantiosa porquería. Con la sensible diferencia de que, en Occidente, existían controles y contrapoderes.
Para el sindicalismo –también para el conjunto de las izquierdas tradicionales-- los avisos de los ecologistas eran interferencias que venían a poner en entredicho la relación entre crecimiento y empleo, entre producción y mercado. Nosotros, sindicalistas, íbamos a lo nuestro: vincular el fetiche del crecimiento sin límites al mito del pleno empleo; un pleno empleo especialmente pensado para hombres y de ninguna manera atento a las cuestiones `de género´. De esta manera, además, seguíamos instalados en lo que un avisado Joaquín Nieto ha llamado “la historia de un largo desencuentro” y, con más énfasis, “el antagonismo, incluso virulento, que en algunos momentos del pasado se vivió entre sindicatos y defensores del entorno”, según Joaquín Araujo [De la economía a la ecología, Joaquín Nieto et alia, Trotta, 1995]. Unas relaciones que, también es justo decirlo, fueron entrando en un terreno menos conflictivo ante luchas de resistencia a partir de los sucesos de Río Tinto, en 1988, en protesta por las grandes cantidades de emanaciones sulfurosas, provocadas por el método empleado por la Compañía Minera para tratar el mineral.
3.-- Y casi contemporáneamente a estas voces críticas machaconamente insistentes, empezó a darse una `gran transformación´ (por usar la expresión de Karl Polanyi): el deslizamiento –primero lábil, después abrupto— del sistema fordista hacia otros derroteros. A efectos de esta reflexión es irrelevante cómo debe llamarse esta fase que tiene todas las hechuras de lo que Karl Jaspers, para otros asuntos, denominara una “civilización axial”. Podemos caracterizarla, con Manuel Castells, como la “sociedad informacional” o, por pura comodidad expositiva, el postfordismo. En todo caso, es de cajón que su característica más visible, según lo veo yo, es la profunda, vasta y acelerada innovación-reestructuración global de todos los aparatos materiales e `instrumentos´ inmateriales para la producción y los servicios. En estas nuevas condiciones, el protagonista de este seminario, el sindicalismo confederal, sigue siendo todavía –parodiando a Benjamín Constant— “el sindicalismo de los antiguos”. El sujeto social que, aunque ha roto con el cordón umbilical que le unía a sus mentores políticos, mantiene en las prácticas reales de sus políticas contractuales (con muy escasas discontinuidades) las mismas características de la fase anterior: la que relaciona directamente el crecimiento sin límites y contesta sólo la `distribución´ con la que, en el ecocentro de trabajo, disputa sólo el uso (y no el abuso) del sistema organizacional del fordismo, padre y señor del crecimiento sin límites. La literatura contractual cuando representa una cesura importante y valiosa es una cualificada minoría. Eso sí, apunta tímida y temerosamente a las posibilidades de renovación y al cambio de metabolismo hacia un “sindicalismo de los modernos”, al tiempo que recuerda hasta qué punto es oceánica la personalidad de este “sindicalismo de los antiguos”. Basta comprobar las diversas radiografías que Miquel Falguera ha ido exponiendo sobre el enorme retraso de la negociación colectiva, poniendo al desnudo el imponente calco de miles de cláusulas negociales que mantienen al pie de la letra los contenidos de las viejas y extintas Ordenanzas Laborales de Trabajo (2).
4.-- El “sindicalismo de los modernos” puede afrontar las cosas de las que hablamos de otra manera. De momento cuenta con, por así decirlo, las siguientes ventajas: a) una razonable independencia de proyecto, esto es, no es un sujeto hipostático de partido alguno; b) el fordismo es ya pura herrumbre; c) y el paradigma medioambiental está en el orden del día con mayor o menor adecuación en la retórica sindical, aunque pendiente de su adecuada difusión especialmente en el terreno de las prácticas negociales. En su contra están potentes factores de inercias centenarias y un elevado peso de rutinas, hijas o no de aquellas inercias; no pocas de las cuales son un directo legado de los sindicalistas de mi quinta, como ha anteriormente ha quedado dicho.
Vale decir, en todo caso, que unas y otras gangas están compartidas por sus contrapartes empresariales de las que, al menos en España, poco sabemos de su proyecto de época. De donde se infiere que los actores de la autocomposición de las relaciones laborales parecen desubicados de los grandes desafíos del mundo contemporáneo. En todo caso, comoquiera que el protagonista de este seminario es el sindicalismo, debemos centrarnos en la hipótesis de su propia auto renovación, de su tránsito al “sindicalismo de los modernos”.
Por supuesto, es de la mayor importancia que sea la casa sindical quien diseñe el proyecto de renovación y, en lo que ahora nos incumbe, a su capacidad (no fácil, desde luego) de establecer un vínculo aproximadamente virtuoso con el paradigma medioambiental y en el ecocentro de trabajo, y entre éste y aquel. Digo que no será fácil porque, aún corrigiendo la literatura real –vale decir, las prácticas contractuales-- deberá echar las cuentas con los humores de esa venerable anciana que es doña Correlación de Fuerzas. Una vieja dama que, si bien coquetea con las contrapartes empresariales, también puede beber los vientos por el sindicalismo de los modernos. En todo caso, si el sindicalismo confederal construye un proyecto real, de clara naturaleza compatible con el medioambiente y en el ecocentro de trabajo, compartiéndolo con quienes están dispuestos a ello, podemos establecer la hipótesis que serán menos las dificultades. Compartir el proyecto con el mundo de la intelligentsia (en primer lugar con la ciencia, la técnica y las humanidades del iuslaboralismo). Por lo demás, tampoco es exagerado afirmar que se está en mejores condiciones que hace años: la existencia del sindicato mundial (la Central Sindical Internacional) avala lo que, en principio, se enuncia como hipótesis. Hecho ciertamente novedoso porque esta organización es global, unitaria y plural. Y, desde luego, razonablemente independiente.
El instrumento esencial del sindicalismo es la contractualidad en su sentido más amplio. Una compatibilización entre las políticas contractuales de tipo macro con la negociación colectiva es, desde luego, el camino para darle un contenido difuso a los nuevas demandas de signo ambientalista. A condición, naturalmente, de que se tome buena nota de la defunción del fordismo tanto en sus características más históricamente llamativas como en la pérdida de su anterior potencia política y cultural. No tiene sentido, pues, que desde las grandes solemnidades congresuales se aprueben algunos pespuntes ambientalistas y, en el momento del tercio de varas, se presenten plataformas negociales de rancia estampa como si estuviéramos todavía en el fetiche del crecimiento sin límites; ni tampoco tiene sentido proclamar con Manuel Castells la era de la información y, en el momento de la verdad, poner encima de la mesa un petitorio estrictamente fordista. De ahí la ineludible auto renovación de los contenidos de las políticas contractuales, de la ubicación de todas ellas en el hecho tecnológico y sus vinculaciones con el medioambiente como elemento central del welfare ambiental, nueva versión obligada del Estado de bienestar. En el bien entendido de que todas ellas –políticas contractuales, cuestión medioambiental y dicho welfare— no son variables independientes las unas de las otras. Sino componentes, que aunque diversos, conforman el mismo paradigma. Esta es la prueba del algodón del sindicalismo de los modernos.
5.-- Pienso, en todo caso, que el sindicalismo de los modernos necesita poner encima de la mesa una cuestión de gran formato: la austeridad: la austeridad tal como la entendió verdaderamente Enrico Berlinguer que fue, en su día, piedra de escándalo no sólo en el resto de organizaciones políticas sino incluso en las diversas sensibilidades del propio partido comunista italiano. Unos la entendieron como un planteamiento miserabilista, otros hicieron correr el infundio de que era una utopía, por así decirlo, franciscana. Aclaremos que la austeridad no es la tendencia a la nivelación de la indigencia: es el desafío organizado, sobre todo, al gran problema del cambio climático y todos los elementos de indeterminación que provocan las agudas crisis globales, cada vez menos esporádicas, por ejemplo, de las materias primas tanto alimenticias como energéticas. Así pues, la política de austeridad pone como elementos centrales: el modo de producir, qué debe producirse, hacia dónde deben orientarse las inversiones, con qué alternativas y su relación con el mercado, esto es, con los consumos. Que debería orientarse a incentivar los consumos sociales que, por lo demás, son mucho menos costosos, considerados globalmente, que todos los consumos individuales, sobre todo los más llamativamente banales del alienante consumo farfolla. Lo que implicaría, a mi entender, una profunda reflexión sobre el uso social de las conquistas del sindicalismo. De esto hablaremos dentro de unos momentos.
En ese sentido parece que lo urgente no es reclamar la solución sino saber cómo empezar y qué sostenibilidad debe tener esa acción colectiva del sindicalismo de los modernos y del conjunto de lo que pacatamente se ha dado en llamar los `agentes sociales´ y la traslación de sus prácticas concertadas al universo de las relaciones laborales. Aclaro: prácticas concertadas que, siendo reales, tengan como sentido la defensa y promoción del paradigma medioambiental. Lo que se dice enfáticamente porque no es infrecuente la existencia de placebos en las negociaciones que, para decirlo con un famoso idiolecto granadino, acaban siendo pollas en vinagre. Se recuerda a quien desconozca el dialecto natío de estas tierras que las pollas son esas gallináceas de sabor insulso, que abundaban en los tejares, y que para enmascarar su insípido sabor se les rociaba vinagre a todo meter. Naturalmente no estoy impugnando ningún tipo de acuerdos genéricos o genericistas –al fin y al cabo es la venerable dama doña Correlación de Fuerzas quien manda. El problema es que se pone más retórica en la apariencia que en el tesón realmente negociador.
La conducta amplia y extensamente negociadora del sindicalismo confederal, expresamente referida al tema que nos concierne en estas reflexiones, debería atender a uno de los problemas que nunca han sido tomados en consideración: el uso social de las conquistas sociales. Por ejemplo, la relación entre reducción de los tiempos de trabajo y el uso social de esta conquista sindical. Cada descenso de los tiempos de trabajo ha ido acompañado, casi generalmente, por dos elementos: o bien ese descenso ha sido rellenado por tiempo extraordinario de trabajo o por un uso banal del tiempo de vida. En esta reflexión no nos importa demasiado lo primero que, en el fondo, es un problema de organización del trabajo. Es lo segundo lo que nos provoca algunas meditaciones. Que ya poco tienen que ver con los sistemas organizacionales del ecocentro de trabajo sino a lo que, enfáticamente, podríamos llamar modelos de vida o, si se prefiere, modelos de sociedad.
Hemos dicho más arriba que la política de austeridad no equivale en absoluto a una reedición de la indigencia, tampoco a lo que el maestro Umberto Romagnoli entiende por pobreza laboriosa. Aclaremos concretamente que no es equivalente a la recurrente moderación salarial que los diversos ilustrados reclaman para los demás, aunque no para ellos mismos. Se trata de un modelo de sociedad, de pautas culturales, compatibles con la defensa y promoción del (único) medioambiente de que dispones. Es un cuadro de vínculos entre, por así decirlo, los poderes adquisitivos dignos referidos a un trabajo decente en la acepción que Juan Somavía dio a esta expresión. Se trata de un hallazgo de gran pregnancia que relaciona la libertad, la igualdad, la seguridad y la dignidad humana, entendidas todas ellas como inescindibles entre sí. A retener que la esta caracterización de Somavía ha sido hecha como propia por la Organización Internacional del Trabajo.
La austeridad tiene también como elementos de acompañamiento la humanización del trabajo –de un trabajo especialmente libremente elegido-- en el cuadro de una profunda reforma de la empresa y del ecocentro de trabajo (2). Por tanto reclama un nuevo diseño de la economía que pone las bases gradualmente (tras la desaparición del sistema fordista) para producir unos bienes que den sostenibilidad a la defensa y promoción medioambiental. Se trata, en suma, de un reformismo fuerte con sentido y que, por lo tanto, nada tiene que ver con los mitos en lo que, en mayor o menor medida, ha estado enclaustrado el movimiento organizado de los trabajadores, así en el terreno ideológico como en el de la acción colectiva del “sindicalismo de los antiguos”.
6.-- ¿Está en condiciones el sindicalismo de los modernos de encarar estos rotundos desafíos? Como hipótesis mi respuesta es positiva. Pero no es incondicional. Una incondicional que no se basa esencialmente (aunque lo tiene en cuenta) en la importante biografía del “sindicalismo de los antiguos”, en sus conquistas sociales de civilización, también en los logros históricos que ha conseguido tanto en primera persona como en su papel deuteragonista o, simplemente, como figurante de la representación.
Digo que mi respuesta es positiva aunque no incondicional. Es decir, siempre que incardine su acción proyectual en la realidad del nuevo paradigma postfordista y de la gran transformación que se está operando, cuya esencia ya no es contingente sino de muy largo recorrido. Siempre que, como ha quedado dicho, establezca los vínculos y compatibilidades entre ecocentro de trabajo y medioambiente, entre esa díada y Estado de bienestar, y todo lo anterior como obra arquitectónica orientada a un diverso modelo de sociedad y pautas culturales.
Por si fueran poca la tarea, pienso además que la respuesta positiva sobre la capacidad del sindicalismo confederal para abordar los desafíos mencionados, me cabe señalar otra tanda de condicionamientos que el sujeto social debería proponerse gradualmente ordenados. Son los que siguen: la reforma de la empresa, la forma sindicato; los saberse del sindicalismo confederal; la participación activa e inteligente del conjunto asalariado; los (implícitamente) coaligados en el proyecto; las relaciones entre el sindicalismo y el iuslaboralismo
La reforma de la empresa es, en ese sentido, esencial. En las siguientes direcciones: a) la humanización del trabajo, b) el modelo de producir, y c) la nueva acumulación de derechos de ciudadanía social –los bienes democráticos en el ecocentro de trabajo. Se trata, dicho sin ambages, en procurar una nueva orientación que conduzca a una eficacia y eficiencia sostenibles en la empresa (3).
La humanización del trabajo fue una de las obsesiones del italiano Bruno Trentin, posiblemente el sindicalista más fascinante de la segunda mitad del siglo pasado (4). Él mismo remachaba tesoneramente que la principal vía para conseguirla era la intervención cotidiana en los sistemas de organización del trabajo mediante el instrumento de la codeterminación. Que, me excuso por la impertinencia, no puede ser confundido con la cogestión. La codeterminación, pues, como fijación negociada de las condiciones para el trabajo y las condiciones de trabajo. Muy en especial en todo lo atinente a la flexibilidad que ya no es un instrumento contingente sino inmanente, de muy largo recorrido. Una pieza clave, pienso yo, en el proyecto del sindicalismo de los modernos, capaz de transformar lo que en la actualidad es una patología en un instituto propulsor de autonomía y autorrealización personales. Y, acorde con nuestra reflexión central, en uno de los elementos claves –como condición necesaria, aunque no suficiente-- para la compatibilización entre ecocentro de trabajo y paradigma medioambiental. En ese sentido, me parece sorprendente el agobiante perecear del sindicalismo confederal que todavía no ha planteado (ni siquiera en la retórica congresual) tan notabilísimo planteamiento. Sostengo que la codeterminación, por las razones que he señalado, es el principal derecho de ciudadanía social que es exigible en el ecocentro de trabajo.
La forma sindicato que todavía mantiene el sindicalismo confederal choca abruptamente con las grandes transformaciones en curso, unos cambios que, aunque vienen de tiempo atrás, se diría que no han hecho más que empezar. Hace ya muchos años que vengo sosteniendo una polémica pública con sindicalistas y iuslaboralistas acerca de la inconveniencia de la forma sindicato. Una forma que alcanza su mayor inadecuación en el ecocentro de trabajo donde la representación del sindicalismo también es una proyección del sistema fordista. Así pues, sostengo que con la forma actual del sindicalismo confederal es una certeza que éste no podrá encarar los grandes desafíos de que estamos hablando; si cambia de morfología –en la dirección que nos aprestamos a sugerir— cabe la posibilidad de que el sindicalismo confederal pueda encarar los mencionados retos y desafíos.
La renovación de la representación sindical debe abordar los siguientes aspectos que, de modo esquemático, vamos a plantear: 1) el modelo dual en el ecocentro de trabajo que comporta la existencia de los comités de empresa y las secciones sindicales; 2) la representación de las diversas subjetividades en el ecocentro de trabajo; y 3) la arquitectura vertical del sindicato. Unas y otras son muy pertinentes en estas reflexiones en tanto que condiciones necesarias (tampoco suficientes) para que el sindicalismo tenga mayor fuerza representativa y estable, como vectores para que el sujeto social tenga más afiliación y, desde ahí –también como hipótesis-- jugar un papel (junto a otros agentes sociales) en la política de austeridad, en un proyecto asumido activamente capaz de compatibilizar las diversas variables y, así, intervenir en los grandes temas de la defensa y promoción medioambientales. Vayamos por partes.
El comité de empresa, un instituto nacido en el apogeo del particular fordismo español, es un instrumento obsoleto. Especialmente por su naturaleza `autárquica´ y particularista. Realmente es chocante que, cuando la empresa es principalmente global, esta representación de los trabajadores, el comité, no sólo no es global sino que ostenta su particularismo. En esas condiciones no puede establecer un itinerario que vincule su acción colectiva en el ecocentro de trabajo con la cuestión ambiental y el diseño de unas políticas welfarísticas de nuevo estilo. Digamos que la autarquía del comité y su particularismo no son límites; se trata de su propia personalidad, de su carácter en tanto que instrumento. De modo que ese carácter definidito (por ley) comporta, ciertamente, límites. Por lo demás, el comité de empresa es un instrumento que `secuestra´ la afiliación al sindicalismo confederal. Si me defiende el comité, ¿a santo de qué voy a afiliarme al sindicato?, parecen decirse millones de asalariados. De ahí que venga propugnando, desde hace mucho tiempo, que la representación social en el ecocentro de trabajo la tenga el sindicalismo. No es que éste sea naturaliter un sujeto extrovertido y capaz de internvenir de esa manera en esta época de innovación-reestructuración postfordista. Pero sí es una razonable hipótesis. Lo que no cuadra –esto es una certeza-- es el carácter de un instrumento de rancia estampa fordista cuando este sistema se ha ido con la música a la cacharrería.
Los sindicalistas de mi quinta diseñamos una morfología de sección sindical (e incluso de comité) que, ya en aquellas calendas, empezaba a estar desfasada de los cambios y transformaciones en la estratificación del conjunto asalariado en el centro de trabajo. No sabíamos más y aquellos polvos de antaño se convirtieron, por así decirlo, en estos lodos de hogaño. Éramos, además, unos sindicalistas que concebíamos, también como gangas heredades, la concepción de un sindicalismo masculinista. Tampoco, con el paso del tiempo, fuimos capaces de rediseñar un modelo de representación hospitalario con las nuevas emergencias que iban apareciendo en la gran transformación de la que empezamos a ser testigos de primer orden. Esto es, la mítica (y, con frecuencia, mitificada) unidad de la clase trabajadora era una poderosa legaña que nos dificultaba ver hasta qué punto en el centro de trabajo aparecían visibles diversidades categoriales que iban menguando el tipo de trabajador fijo: fijo en el centro de trabajo, fijo en el puesto de trabajo.
El panorama ha cambiado radicalmente. Sin embargo, la forma de representación sigue exactamente igual a la que nosotros dejamos estructurada. Visto lo cual, así las cosas, vale le pena recordar lo que se afirma en un recitativo de la mozartiana ópera “Il Rè pastore”: Olà che più si tarda? O sea, hay que ver lo que le cuesta al sindicalismo cambiar tan vejestorio y ya inútil forma de representación.
Por último, en este apartado, la verticalidad del sindicalismo es un sonado anacronismo en estos tiempos de la horizontalidad de las novísimas tecnologías. Cuando hablamos de `verticalidad´ nos estamos refiriendo a la estructura piramidal de sus estructuras, otro de los contagios que le viene, de un lado, de la forma partido, y, de otro lado, de la potente influencia que le dejó tanto el taylorismo como el fordismo.
En resumidas cuentas, la permanencia de los comités de empresa, la inadecuación representacional de los colectivos emergentes y la verticalidad del (todavía) sindicato de los antiguos hace que con la acentuación del paso del tiempo y acumularse todo un elenco de problemas comunes, las viejas estructuras sindicales están cada vez menos preparadas para gestionar e interpretar los desafíos epocales que tenemos delante de nosotros, tal como expresara en su día el maestro Trentin en “Rimettersi in discussione” Internista a Bruno Trentin a cura de Mimmo Carrieri, Quaderni rassegna sindacale, num. 4, 2001).
Los saberes del sindicalismo confederal representan ya un considerable acervo cultural. Miles de sindicalistas que han intervenido en los más variados procesos negociales y de reestructuraciones diversas nos vienen a decir que es en esa geografía social donde se acumulan los más grandes talentos de los movimientos políticos y societarios. Es más, no pocas pequeñas grandes transformaciones del y en el centro de trabajo han sido obra de propuestas y exigencias de esa gran cantidad de conocimientos empíricos. Y más, nunca como en los tiempos presentes, el sindicalismo confederal contó con tanta presencia en sus filas de personas con titulación universitaria, no pocos son sindicalistas con “mando en plaza”. De ahí que no acabe uno de explicarse las razones de tanta tardanza en abordar el signo de los tiempos. Pero, en todo caso, la existencia de conocimientos empíricos de unos y saberes académicos de otros representan una posibilidad (ciertamente, tampoco incondicional) para ir concretando un gradual cambio de metabolismo en el sindicato de los antiguos en la dirección de sindicato de los modernos.
En ese orden de cosas, este importante general intellect (por utilizar un concepto marciano), esta inteligencia colectiva que se encuentra así en las estructuras de la casa sindical como en el conjunto asalariado nos trae a colación dos cosas muy relevantes. Una, las mejores condiciones del sindicalismo confederal para elaborar autónomamente su propio proyecto; sus saberes ya no dependen de los préstamos a plazo fijo de sus viejos mentores, los partidos políticos. Otra, tales saberes pueden ser el elemento central de los hechos participativos que debe procurar el sindicalismo o, lo que es lo mismo, el general intellect expresa su utilidad en la participación activa e inteligente, formada e informada del amplio colectivo humano del sindicalismo confederal.
La participación activa e inteligente daría un nuevo impulso a lo que he dado en llamar el sindicalismo de los trabajadores, que es cosa distinta del sindicalismo para los trabajadores. El primero connota que el sujeto social viene legitimado, mediante los hechos participativos, por el conjunto asalariado; el segundo no deja de ser, visto con los ojos del sindicalismo de los modernos, una autolegitamación y, por lo tanto, una recreación itinerante de su propia autorrefencialidad.
Precisamente por la cesura que representa el sindicalismo de los modernos con relación al de los antiguos en el cuadro de una nueva acción colectiva en el terreno de las prácticas con sentido ambientalista y en el ecocentro de trabajo, la participación no es sólo un bien democrático de la comunidad social, sino el instituto útil para poner el almacén de saberes y conocimientos al servicio de las prácticas contractuales. En ese sentido podemos hablar de avances notables en, por ejemplo, el sindicalismo italiano. En el pacto interconfederal, la CGIL, CSIL y UIL han generalizado lo que, hasta hace poco, era una práctica casi exclusiva de los metalúrgicos de la CGIL: el referéndum vinculante a la hora de decidir si se firma o no el convenio en cuestión. Lo que, en el fondo, vendría a expresar metafóricamente que estamos ante algo así como el ejercicio de la soberanía sindical, entendida ésta como lo siguiente: ante temas de alto calado –y el convenio colectivo lo es-- la soberanía reside en todos los afectados, inscritos o no en la organización. En el caso italiano, por lo demás, nos encontramos con un sofisticado planteamiento, a saber, se define qué corresponde y qué no corresponde a cada organismo dirigente. De esta manera, entiendo que en el sindicalismo de los modernos no reza el famoso constructo ciceroniano: el que puede al más, puede a lo menos.
En todo caso, la participación debe contar con una normativa concreta que conceptualmente debería basarse en las siguientes consideraciones que tomo prestadas de Fernando Quesada. Este filósofo cita en su libro “Sendas de democracia, entre la violencia y la globalización” (Trotta, 2008) a I. Santa Cruz (5). Santa Cruz resume en cuatro características la idea de igualdad –que en este caso vale para establecer las condiciones igualitarias de la participación--, a saber: la autonomía, como posibilidad de elección y decisión independientes; la autoridad, en cuanto ejercicio real de poder; la equifonía, que equivale al uso libre de la palabra y su toma en consideración de los procesos argumentativos que hacen posible una decisión; y la equivalencia o, lo que es lo mismo, ser reconocido y poder actuar como quien un valor en posición de simetría respecto a los demás. En resumidas cuentas, la participación y sus normas no son un estatuto concedido desde los grupos dirigentes; es principalmente la práctica colectiva que legitima el discurso sindical, que no se agota en la administración institucional del poder sino que remite a los procesos democráticos de formación de la voluntad (6).
Los (implícitamente) coaligados en ese proyecto, cada cual desde sus diversidades o, lo que es lo mismo: comoquiera que ninguno de los desafíos que nos conciernen puede ser obra del monopolio de la acción colectiva del sindicalismo de los modernos, es preciso que éste se proponga como línea de conducta establecer una alianza –no necesariamente orgánica-- con todos aquellos que están interesados en las reformas que aquí estamos proponiendo. Se trata de que todos ellos compartan diversamente el paradigma de estas transformaciones: la reforma del ecocentro de trabajo, su vinculación con la defensa y promoción del medioambiente y los vínculos de lo anterior con el welfare ecológico. Digo `diversamente´ porque son muy distintos los mecanismos e instrumentos, las prioridades de los intereses y la metodología de cada cual. En ese cuadro de `coaligados´ está también la política, a la que el sindicalismo de los modernos debe mirar de una manera digamos laica. Cierto, no serán fáciles las relaciones del sindicalismo confederal con sus coaligados, especialmente con los movimientos ecologistas.
En ese sentido, las relaciones entre sindicalismo y movimientos ambientalistas no sólo no han sido fáciles sino que frecuentemente se han caracterizado por no pocas asperezas, con intentos de instrumentalización del uno al otro y viceversa. Pero el fondo del problema está en otro sitio: en la personalidad específica de ambos. De un lado, el sindicalismo negocia; de otro lado, los movimientos ecologistas y ambientalistas no negocian, al menos este es el caso de España. Esto conduce –por decirlo caricaturescamente— a que la acción colectiva del sindicalismo sea de naturaleza reformista y de los movimientos, en mayor o menor, medida sea antagonista. Con todo, el sindicalismo de los modernos no puede no relacionarse con dichos movimientos, confrontándose abiertamente con ellos y siendo algo más que receptivo a las propuestas factibles que le llegan desde dichos sectores. Es más, incorporando al proyecto sindical aquellos planteamientos que no contradicen su proyecto de compatibilización del ecocentro de trabajo, el paradigma medioambiental y el welfare.
El sindicalismo y iuslaboralismo han conformado, a lo largo del siglo XX, una auténtica y conflictiva pareja de hecho que, en mi opinión, parece entrar en una nueva fase de desapego de los unos con relación a los otros. Por cierto, este foro me parece una muy buena ocasión para hablar, aunque sea de refilón, de este asunto que me viene preocupando desde hace ya algunos años.
Soy de la opinión que la crisis de relaciones entre la pareja de hecho tiene su explicación en los retrasos de ambos. De un lado, el sujeto social sigue siendo el sindicalismo de los antiguos; de otra parte, el Derecho del Trabajo parece haber entrado –según el maestro Romagnoli— en el congelador: “más estrábico que miope, el Derecho del trabajo no ha comprendido a tiempo que estaba convirtiéndose nada más que el derecho de los ocupados y, por tanto, en un instrumento de privilegiados en defensa de sus empleos, mientras que –cuando al trabajo perdido se suma una cantidad de trabajo ingente no encontrado— el estado de necesidad y marginalidad social son connotaciones que cualifican fundamentalmente a los sin trabajo que, en la sociedad de los dos tercios, constituyen justamente el tercio excluido” (6). Quisiera advertir que no estamos haciendo una digresión en torno al tema que nos ocupa. Cuando Aris Accornero, profesor de Sociología industrial en La Sapienza, habla de la gran conquista de civilización que supuso el derecho del trabajo, está explicando hasta qué punto ese almacén de bienes democráticos que lo conforman ha estado acompañando al sindicalismo a lo largo del siglo XX: lo que hemos dado en llamar el sindicalismo de los antiguos. Así pues, ¿por qué no pensar que el Derecho del trabajo no puede acompañar, desde su propia autonomía y singularidad, al sindicalismo de los modernos?
En mi opinión dos son los elementos que parecen explicar la crisis del Derecho del trabajo: de un lado, el agostamiento de la negociación colectiva que no propone nuevas fuentes de derecho propias de esta fase de innovación-reestructuración; y, de otro lado, el deslizamiento de su estatuto epistemológico hacia otras disciplinas, concretamente el iusprivatismo. Razón de más, estimo, para propiciar una reaproximación de relaciones de la vieja pareja de hecho. En caso contrario, el derecho del trabajo, “el viejo trasatlántico” en expresión de Miquel Falguera, perdería el timón, el puente de mando y hasta la sala de máquinas. Ahora bien, esta reaproximación de la pareja de hecho no vendrá, a mi entender, de un modo voluntarioso. Sino de la nueva actividad del sindicalismo de los modernos, de la puesta al día de sus prácticas contractuales, en tanto que fuentes de derecho, capaces de establecer, gradualmente, los vínculos y compatibilidades (necesarios y aproximadamente suficientes) entre el ecocentro de trabajo, el medioambiente y las políticas de welfare ecológico.
7.-- Punto final. A lo largo de esta reflexión se han ido avanzando diversos retales sobre el sindicalismo de los modernos. La insistencia en esa formulación se explica porque sólo desde esa nueva personalidad podría el sujeto social abordar los grandes desafíos que han motivado la celebración de estas jornadas granadinas. Una vez situados dichos fragmentos, parece conveniente enhebrarlos (aunque fuera con ligeros pespuntes) y proceder a una primera definición `orgánica´ de lo que entiendo por sindicalismo de los modernos.
Es el sujeto social que hereda la voluntad de alteridad del sindicalismo de los antiguos, convirtiéndola en no ya en deseo sino en realidad inobjetable. Que establece su personalidad conflictual en el paradigma que ya no es el fordista, y es en la nueva fase donde propone unas prácticas contractuales acordes con la realidad tecnológica de nuestros tiempos. Que establece una metodología de vínculos y compatibilidades de las diversas variables (no independientes) del y en el ecocentro de trabajo, el medioambiente y el welfare ecológico. Que propone una política de austeridad, esto es, de lucha contra los despilfarros de todo signo. Y que, para ello, tiene el coraje de auto reformarse tanto en la forma sindicato como, desde ahí, incitar al conjunto asalariado a una generalizada participación activa e inteligente. Que no actúa como un cuerpo solipsista sino de manera extrovertida con todos aquellos que quieren compartir (diversamente) la defensa y promoción del medio ambiente. En definitiva, estamos hablando de un proyecto sindical que nace en el espacio empresa como “lugar donde se desarrollan institucionalmente las relaciones de poder derivadas de la doble dimensión, colectiva e individual, del trabajo asalariado [… ] como elemento decisivo en la conformación de la identidad del sindicato” (8). Así las cosas, el ecocentro de trabajo y el actual espacio empresa, exigirían una nueva identidad sindical. La hipótesis de que pueda conseguirse no es infundada: a condición de que el sindicalismo desaprenda una buena porción de las prácticas desubicadas de la nueva realidad, y a condición también de que se aplique en una nueva alfabetización ambientalista. Este sería un prerrequisito indispensable para todos aquellos que quieran compartir diversamente (el sindicalismo de los modernos entre ellos) la defensa y promoción del medio ambiente con una estrategia de crecimiento cualitativo.
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(1) Enrico Berlinguer. Austerità: Occasione per trasformare l’Italia. Conclusioni al Convegno degli inttelettuali. Roma, 15.1.1977 en http://209.85.129.104/search?q=cache:bqtza-QcMTsJ:www.greenreport.it/file/docs/Berlinguer%2520%2520eliseo.pdf+Berlinguer+austerit%C3%A0&hl=it&ct=clnk&cd=2&gl=es&lr=lang_it&client=firefox-a
(2) Miquel Falguera en MIQUEL FALGUERA: las dobles escalas salariales en http://theparapanda.blogspot.com/2008/05/miquel-falguera-las-dobles-escalas.html
Miquel Falguera MUJER Y TRABAJO: Entre la precariedad y la desigualdad en http://theparapanda.blogspot.com/2008/05/mujer-y-trabajo-entre-la-precariedad-y.html
MIQUEL FALGUERA: Carta abierta a los sindicatos en http://theparapanda.blogspot.com/2008/01/miquel-falguera-carta-abierta-los.html
(3) José Luis López Bulla “La reforma de la empresa”en La factoria, núm 8, Febrero – Mayo de 1999.
(4) Bruno Trentin es un autor de obras de imprescindible lectura. El lector tiene a su disposición una antología de sus escritos en la versión castellana de la Fundación Sindical de Estudios (Madrid, 2007). En lengua catalana hay otra antología, “Canvis i transformacions”, en la Col.lecció de Llibres de CTESC (Barcelona, 2005). Por lo demás, éstos y otros textos los encontrará el ciberlector en la bitácora “Con Bruno Trentin”: http://baticola.blogspot.com
(5) I. Santa Cruz en “Sobre el concepto de igualdad: algunas observaciones” en Isagoría núm 6 (1992)
(6) Jürgen Habermas: Moralidad, sociedad y ética. Una entrevista de Torben Hend Nielsen.
(7) Umberto Romagnoli, “Renacimiento de una palabra” (Fundación Sindical de Estudios, Madrid 2006).
(8) Antonio Baylos: “El sindicato y la acción colectiva de los trabajadores en la empresa: la identidad segura” en Sobre el presente y el futuro del sindicalismo, a propósito del pensamiento de Umberto Romagnoli. Fundación Sindical de Estudios, Madrid 2006.