Éste es un diálogo entre Isidor Boix y José Luís López Bulla en torno a los problemas del movimiento de los trabajadores y el sindicalismo global. Acabamos nuestra conversación el día 11 de Mayo, y –tras las oportunas correcciones y erratas— la damos a conocer ahora mismo. Hemos hablado a golpe de correo electrónico y, precisamente por haberlo escrito, hemos intentado dos cosas: una, darle la mayor precisión posible a lo que pensamos y, otra, no dejarnos (casi) nada en el tintero.
JLLB. Querido Isidor, cuando éramos más jóvenes leímos el Memorial de Yalta, escrito por Palmiro Togliatti en puertas de su muerte. Sobre chispa más o menos Togliatti dejó escrito el enorme retraso de las fuerzas del movimiento obrero y sindical internacional con relación a las grandes trasformaciones y del capitalismo. Ha llovido muchísimo desde entonces y, según parece, las cosas siguen, más o menos, como entonces. Con una diferencia: en aquel verano de 1964 existía una fuerte división sindical mundial. Ahora contamos con internacionales sindicales regionales unitarias y con la Central Sindical Internacional. Entre paréntesis, debo decirte que este nombre CSI no me gusta porque no acaba de referirse a “lo global”, que es el dato dominante. Pero, dejando aparte este problema (que no es meramente nominalista) ¿a qué piensas que obedece que las cosas sigan casi igual que cuando Togliatti escribió su famoso “testamento”?
IB. Amigo José Luís, la referencia al Memorial de Yalta es siempre sugerente, sobre todo para los que en aquel momento nos apuntamos al “eurocomunismo”. Pero fracasado éste, por culpa nuestra (al menos en parte), y también de los partidos socialistas a los que les dio miedo (lo comprobé personalmente) la aportación que podían suponer los comunistas progres para una profunda transformación democrática de la sociedad, no me parece hoy una referencia demasiado útil para el necesario sindicalismo global. Y también por otra razón: Togliatti razona desde una concepción leninista (aunque no sé si habría que considerarla incluso estalinista por algunos de sus problemas con la dirección de la CGIL en esta etapa) de la relación partido-sindicato, concepción a la que me apunté (e intenté aplicar) durante años. A ello habría que añadir su “policentrismo” en relación con el “movimiento comunista”, por lo que su vocación unitaria tampoco me parece muy aplicable al sindicalismo “global” (muy acertada tu propuesta de dejar de lado lo de “internacional”) de hoy. Lo que sí me parece cierto, y útil referencia, es la indicación del retraso del movimiento obrero (sindical) respecto de las transformaciones del capitalismo, ahora el de este Siglo XXI. Por todo ello comparto contigo que sigue el desfase, pero distinto.
JLLB. Lo de Togliatti era sólo una referencia historicista. En todo caso, vale la pena recordar que, en aquella época (que alguien bautizó como neocapitalismo) parece claro que también las fuerzas sindicales y políticas de izquierda estuvieron muy distraídas con relación a todas aquellas novedades. Vamos, que estaban desfasadas, dicho de una manera menos piadosa. Pues bien, Isidor, para abrir boca: ¿en tu opinión cuáles son los rasgos más llamativos del actual desfase del sindicalismo, tanto los nacionales como los supranacionales? Lo digo porque no sería justo hablar del desfase del sindicalismo supranacional sin hacer mención del sindicalismo doméstico.
IB. En mi opinión el desfase del sindicalismo que se autodenomina “internacional”, pero que no se atreve a definirse como “global”, tiene sus causas y sus raíces en los sindicalismos nacionales, aunque no es idéntico al también probable desfase de éstos. Hablando de sindicalismos nacionales, considero la referencia hecha tanto a los “Norte” como a los del “Sur”, para emplear esta terminología al uso que no es exactamente de carácter geográfico. La primera responsabilidad es de los países más desarrollados (porque son los que más mandan), pero también tienen la suya los demás, porque asumen de hecho la actual situación. Esquemáticamente las causas, tal como las entiendo, son (sin que el orden suponga necesariamente prioridades):
o Los sindicatos nacionales creen poco, aún, en la importancia del sindicalismo global (al que siguen llamando “internacional”). Pero no porque sean “descreídos”, sino porque realmente no se ha asumido, ni desde el “Norte” ni desde el “Sur”, el “interés” (la necesidad seguramente) para todos los sindicalismos nacionales de uno global fuerte y coherente, capaz de plantear la movilización en torno a intereses comunes y a mediar y sintetizar en relación con los contradictorios. Esquematizando, los del Norte intentan preservar lo suyo como si no tuviera relación de interdependencia con la globalidad. Los del Sur se limitan demasiadas veces a la denuncia genérica de los males del capitalismo, del imperialismo, y de las multinacionales, como castradora justificación permanente de sus limitaciones.
o Esta falta de interés deriva de la prioridad que se da en los sindicalismos nacionales a sus intereses particulares, entendidos éstos como contradictorios con los de otros sindicalismos, a partir de problemas ciertamente reales, como las deslocalizaciones, las políticas comerciales proteccionistas (a ellas se asimilan en general desde el Sur las exigencias de cláusula social en el comercio mundial, lo que en ocasiones es cierto, pero es también suicida convertirlo en razonamiento permanente), …
o La solidaridad no resulta movilizadora porque no pasa de ser “de papel”. Y los “7 de octubre” como “jornadas mundiales” se han entendido más como retórica (disfrazada a veces de pedagogía) que como acción sindical. Con limitaciones tan serias en la comprensión de los “dirigentes”, como en la de los cuadros sindicales a todos los niveles.
o Subsiste una preocupante miopía en relación con la negociación colectiva supranacional, rechazada aún con energía desde el sindicalismo norteño (sobre todo por los más del Norte geográfico del Norte social), y no reivindicada por el del Sur.
o Las actuales estructuras sindicales “internacionales” se entienden antes como instrumentos de “lobby” (en relación con la OIT, con la Comisión Europea, con el G20, …), que como órganos de dirección y coordinación de la acción sindical colectiva supranacional.
o Una consecuencia secundaria, pero importante, de todo ello son unos órganos de dirección sindical supranacional a los que no se envía a los mejores cuadros sindicales (un desmentido evidente de mi afirmación podría ser le elección de Emilio Gabaglio aunque quizá sea la excepción-- para la dirección de la Confederación Europea de Sindicatos –y preferiría que pudiera haber más de tales desmentidos-). Como expresión de todo ello, en estos momentos tanto la CES como la CSI atraviesan por una crisis seria en sus estructuras de dirección como consecuencia de la dejación de responsabilidades de sus principales cuadros.
JLLB. Así es, en efecto. Pero me gustaría entrar a fondo en el desajuste del sindicalismo confederal nacional, y desde ahí ver qué vinculo tiene eso con el del sindicalismo internacional, que no global, como bien dices. Yo pienso que los sindicatos nacionales están desubicados del nuevo paradigma de la producción y de los servicios. Me explico: el sistema fordista está convirtiéndose tendencialmente en pura herrumbre, al menos en Occidente. Sin embargo, la acción colectiva sigue pensada y practicada como si el fordismo estuviera todavía en sus mejores tiempos. Lo diré metafóricamente, es como si Tycho Brahe, el venerable patrón de los astrónomos, se empeñara en seguir mirando el universo sin la ayuda del telescopio. Pues bien, digamos que los sindicatos nacionales siguen en clave fordista –en toda su literatura reivindicativa, en sus planteamientos de Estado de bienestar y en su configuración organizativa, esto es, en la forma sindicato de representación del conjunto asalariado-- cuando el paradigma ha dejado de ser fordista. Naturalmente, tantos y tan grandes mutaciones han provocado una serie de profundos cambios en la estructura de la clase trabajadora y, no menos aún, en el carácter y personalidad de los trabajadores. No dejo de pensar en la responsabilidad que, en relación a este desajuste, tenemos los sindicalistas de mi generación. Porque ya, en mis tiempos, se apuntaban con claridad tales novedades, y sin embargo no estuvimos muy al tanto de tanto cambio. Quiero decir, Isidor, que –al menos parcialmente-- me siento responsable de los retrasos que describo. Esta mirada crítica hacia el pasado me está comportando algunos cogotazos de ciertos cofrades de mi quinta que –unos de manera airada, otros benévolamente-- me aconsejan que no sea tan aguafiestas con nuestra labor como dirigentes sindicales. Quiero decir que mi cofradía generacional tiene no pocas responsabilidades porque, en estos aspectos tan importantes, no dejamos un legado suficientemente claro.
En resumidas cuentas, lo que quiero decir es que el desfase (y su naturaleza) de los sindicatos nacionales condiciona y, en parte, explica el del sindicalismo internacional.
IB.- Seguro que el desfase de los sindicalismos nacionales condiciona y explica el del internacional, sobre todo porque éste, sin efectiva estructura, dirección y medios propios, depende aún demasiado de aquellos en su definición y en su financiación.
Cuáles pudieran ser los desfases de los sindicalismos nacionales, constituye pues una oportuna pregunta. Aunque resulta poco formulada desde ellos y, por tanto, con escasas respuestas. O quizás formulada en voz baja y por ello poco oída.
Coincido también contigo en la dificultad del sindicalismo para adaptar su organización y estrategia a lo que es hoy la “clase trabajadora” (expresión que considero más adecuada que “clase obrera”). Probablemente sería aún más adecuado denominarla “clase asalariada”, incluso con el riesgo, o la virtud, de no incluir a todas las personas que “trabajan”. Seguramente sería bueno asumir con claridad que el sindicalismo no es el depositario de todas las reivindicaciones ciudadanas, ni tampoco el “defensor de los pobres”. A esta delimitación del ámbito podría contribuir una planteamiento desde los intereses y reivindicaciones de “los asalariados”, que constituyen una parte, importante sin duda, pero sólo una parte de la sociedad.
Algunos apuntes sobre esta dificultad de adaptación de los sindicalismos nacionales, desfases, podrían ser:
o Las dificultades para analizar los cambios en la composición de “la clase” y para asumir los intereses de todos los diversos colectivos que la integran, partiendo de su propia heterogeneidad (de género, de edad, de formación, de país de procedencia, de modalidad contractual, de religión, …). Ello está llevando, o ha llevado ya, a que el sindicalismo elabore y formule con diferente intensidad los intereses de cada uno de estos colectivos, y tenga además dificultades para definir los intereses comunes que habrían de resultar de la síntesis de dichos intereses particulares, necesariamente diferenciados.
o El retraso en la asunción de los cambios producidos en el modo de producción, lo que nos ha llevado, por ejemplo, de demonizar la palabra “flexibilidad” a preconizar la “flexibilidad interna”, sin plantear en general con equivalente energía y suficiente claridad la exigencia de contrapoderes para los colectivos a los que afecta directa o indirectamente.
o Asumiendo el aparentemente inevitable retraso de la elaboración intelectual con respecto a los cambios producidos en la realidad, creo que en el sindicalismo (seguramente no sólo en éste) estamos pagando las consecuencias de una cultura burocrática que entiende la discrepancia como oportunidad para organizar banderías y producir cambios en los órganos de poder, y sublima la unanimidad como “tranquilidad interna”, como un bien en sí mismo, sin examinar si supone una castración de la peligrosa tentación de pensar. Un fenómeno que parece acentuarse en los momentos difíciles, cuando más necesario sería abrir las puertas a la reflexión y a la propuesta.
Deficiencia, desfase, de los sindicalismos nacionales lo constituye también en mi opinión la proyección de los anteriores tics sobre la acción sindical internacional, traducido en la escasa reflexión (más allá de los tópicos) sobre lo internacional (que debería empezar a ser entendido como “global”) desde el sindicalismo nacional, desde su acción sindical de cada día.
JLLB. De acuerdo contigo en que la expresión “clase obrera” se nos ha quedado corta y desfasada. Yo utilizo de vez en cuando la expresión conjunto asalariado que se lo copié descaradamente al compañero Daniel Lacalle, ingeniero como tú. Pero no he conseguido que nadie se contagie de ese léxico que me parece, al margen de su referencia matemática, mucho más apropiado.
Comparto contigo el elenco que señales de los desfases que señalas. En todo caso habría que añadir algo que señaló una persona tan incómoda para el sindicalismo francés y europeo como André Gorz : “al mismo tiempo no son sólo la forma y la naturaleza del trabajo los que cambian, sino también la naturaleza del capital y la riqueza”.
Isidor, creo que das en el clavo cuando hablas de la flexibilidad. Entiendo que, por lo demás, el sindicalismo español y europeo tiene, con relación a ello, una posición subalterna, y creo que la raíz está en el descuido que se tiene sobre los temas de la organización del trabajo. En el fondo, tengo la impresión de que se piensa que el monopolio que, por ley, tiene sobre ese campo el dador de trabajo no tiene vuelta de hoja. Así las cosas, el sindicalismo interviene intentando corregir el “abuso”, pero no el “uso”. Lo que convierte la flexibilidad en una patología y no en un instrumento de corrección (la ausencia de contrapoderes de la que hablas).
Pues bien, así las cosas, no es difícil llegar a la siguiente conclusión: la negociación colectiva y el conjunto de las prácticas contractuales no están situadas en el actual paradigma; su utilidad, por tanto, es –dicho benévolamente— muy manifiestamente mejorable. Hablo con prudencia por dos razones: una, porque como decía antes, considero que una buena parte de todo ello forma parte de las gangas que, como legado, dejamos los sindicalistas de mi quinta; y otro, porque los sindicalistas con mando en plaza son muy picajosos.
IB. En relación con los cambios en la naturaleza del capital, a los que apunta la cita de Gorz, confieso que no me siento en condiciones de avanzar ideas concretas, aunque creo que tal reflexión puede ser de gran utilidad. Supongo que algo de ello es deducible de la actual función de los gestores y sus no siempre fáciles relaciones con los accionistas, expresando una no plena coincidencia de intereses. Me parecería interesante que avanzaras algunas ideas al respecto.
Creo que la actual etapa de crisis nos debería llevar a una reflexión específica, pero que incide en todos los temas planteados. Al respecto, no me gustó el planteamiento inicial que perdura sobre las “culpas”, como si se tratara de un problema esencialmente ético y no de lucha de intereses…
JLLB. … Oye, Isidor. Que yo recuerde, nunca he dicho ese disparate.
IB. … Por supuesto, no me refería a ti. En la medida que la clase trabajadora (definida mejor efectivamente como “los asalariados”) está interesada como el que más en superar la crisis, quizás convendría asumir que lograrlo va a tener, tiene, ha de tener, un coste, también para los trabajadores. Porque sólo asumiéndolo (y abordando con valentía, y también con claridad, el “coste”) creo que estaremos en condiciones de plantear reivindicaciones, de fondo, que incidan en el modelo productivo (lo que debería traducirse en abordar los modelos de crecimiento, de consumo, …). Reivindicaciones sobre la calidad del trabajo, lo que supone de calidad de vida, …, de lo que volverían a deducirse reivindicaciones de poder, de control, …, con responsabilidades concretas al intervenir en la “gobernanza” del trabajo desde una específica función del sindicalismo.
Y aquí, de nuevo, podríamos volver a poner el tema de la “flexibilidad”, una vez superados los miedos iniciales a pensar, para entender que se trata de mucho más que de un nuevo esquema de distribución del tiempo de trabajo, incluso de organización del trabajo, para abordarlo desde la nueva estructura que se configura en las formas de producción y distribución, de asignación de responsabilidades por tanto entre los agentes que intervienen. Y mira por dónde estamos hablando, hemos de hablar, del ámbito en el que esto se desarrolla, es decir el mundo. Un mundo en el que necesitamos, y no tenemos aún, órganos sindicales. Será difícil elaborar modelos y propuestas globales útiles sin efectivos instrumentos de intervención sindical también plenamente globales.
JLLB. Planteas, amigo Isidor, temas muy sugerentes. Será cuestión de entrar en esos dos que apuntas: el de la crisis y, para simplificar, lo que se ha dado en llamar los “sacrificios” de los trabajadores, de un lado, y la cuestión de la flexibilidad. Yendo por lo derecho, debo decir que comparto lo que dices. Y, desde el hilo del acuerdo, me permito hacer algunos añadidos.
Lo cierto es que también en tiempos bonancibles los trabajadores hacen sacrificios. De otra índole, naturalmente, y no tan acusados. Pero sacrificios –como las meigas— habérlos, háylos. Ahora bien, yo pienso que el problema está en que, en tiempos de crisis –por ejemplo, la actual-- el sindicalismo no es capaz de reorientar la plataforma reivindicativa, o el conjunto de las políticas contractuales, hacia otra serie de demandas. Por ejemplo, hacia instrumentos de poder, de control. En eso, por ejemplo, siempre insistieron dirigentes aparentemente moderados como Luciano Lama. Es más, si me permites la heterodoxia (aunque no es herejía), se pone más énfasis en la cuestión salarial que en la defensa de los poderes adquisitivos. Que no es exactamente lo mismo. Aquí me parece que está uno de los problemas más llamativos del sindicalismo. Yo, por ejemplo, expliqué en cierta ocasión que el salario se conquista en sede federativa y se defiende en el territorio. Y di mis razones. Nuestro Antonio Gutiérrez me replicó con poco tino, cosa rara en él. Vino a decir que el salario se conquista y defiende en sede federativa. Lo que también es cierto, pero nuestro amigo no cazó el vínculo que yo establecía entre salarios y poderes adquisitivos. O quizá estuviera haciendo carantoñas a los dirigentes federativos.
Me parece, querido amigo, que con relación a la flexibilidad no encontramos al borde (digo al borde) de un callejón sin salida. La dirección de la empresa la aplica unilateralmente, convirtiéndola en una patología; el sindicalismo no es capaz de imponer una flexibilidad negociada. La consecuencia es clara: pérdida de control por parte de los representantes de los trabajadores y del sindicato. Me pregunto –más bien te pregunto-- cómo salir de esta aporía, y más directamente: ¿cómo has abordado en tu larga carrera contractualista eso de transformar la patología de la flexibilidad en una ocasión de oportunidades de control, autorrealización?
IB.- Estimado José Luis, me parece útil detenernos en el concepto de “sacrificios”. Que no es lo mismo en crisis que en bonanza, sobre todo porque en tiempos de vacas flacas se producen agresiones al modo de vida, al empleo, corre riesgo el empleo existente, son enormes las dificultades para encontrar nuevo empleo (porque si no fuera así, nada, o poco, habría que objetar a la “infidelidad” a la empresa). También en épocas de bonanza se producen efectivas limitaciones, más que sacrificios, a las en general legítimas (aunque no siempre sean las adecuadas) reivindicaciones.
Pero en época de crisis, con el necesario objetivo de salir de ella, creo que lo más adecuado, lo que más corresponda a los intereses colectivos, presentes y futuros de la clase trabajadora, y a los individuales de las personas que la integran, es concretar (con su precio, es decir contrapartidas frente a la patronal y a las instituciones) efectivos sacrificios en ámbitos muy sensibles: retribuciones en primer lugar, contratación, ordenación del tiempo de trabajo, …. Es probable además que tales sacrificios sean imprescindibles para encontrar una salida a la situación concreta, coyuntural y general, y a la de cada empresa en particular. Es en tal contexto cuando en la negociación deberían plantearse propuestas sindicales que partieran de la asunción de concretos sacrificios en relación con todo ello que puedan suponer lesiones de intereses satisfechos hasta aquel momento en relación con la vida personal. Sacrificios que deberían suponer contrapartidas en temas de poder y de condiciones de trabajo y de vida. Añado lo “de vida” porque creo que el contenido de las contrapartidas debe ir más allá de los concretos límites de las condiciones en el tajo. Así, en esta crisis China ha dado una muestra de sabiduría, no tanto por presión sindical de los trabajadores chinos sino por inteligencia del gobierno, cuando, ya en diciembre 2008, adoptaron decisiones concretas, con aportación de 4 billones de yuanes -586.000 millones de $ USA- que no suponían mejoras en las retribuciones salariales de su varios millones de trabajadores, sino mejoras importantes en coberturas sociales en relación con la enfermedad y las pensiones, a fin de disminuir las tendencias al ahorro y fomentar el consumo.
Creo que en la negociación colectiva puede hablarse en general de “limitaciones” tanto en las reivindicaciones de partida como en el punto asumido como de posible pacto al culminar el proceso de negociación. Y de “sacrificios” en momentos determinados, como en la crisis actual. Los acuerdos que limiten reivindicaciones deberían suponer siempre contrapartidas en el poder de intervención sindical y en las medidas para consolidar el presente y futuro en el ámbito en el que se esté negociando.
Recuerdo a este respecto una convocatoria de huelga de una empresa, hace ya algunos años, en la que la reivindicación central era la exigencia de cambios en la gerencia de la empresa que aseguraran una buena gestión de la misma. Ahora, en la crisis, ello podría suponer situar en primer plano las medidas concretas que significaran aportaciones de presente y de futuro tanto a nivel general como para contribuir a consolidar la empresa, es decir su viabilidad desde diversos puntos de vista: mercado para su producto, tecnología y formación profesional adecuadas a tal objetivo, ...
En cuanto a la “flexibilidad”, creo excesivamente cerrada tu afirmada incapacidad del sindicalismo para “imponer una flexibilidad negociada”. Creo que existen ejemplos de acuerdos de empresa y sectoriales (“federales”) en sentido contrario, como es el caso del Convenio de la industria química (con flexibilidad negociada en relación, entre otras, con la política de contratación, con la administración de la jornada y con las retribuciones variables de la empresa). También en el del textil-confección en relación con el tiempo de trabajo. En ambos convenios, cada nueva flexibilidad negociada (de más flexibilidad) ha ido significando además un retroceso en los márgenes de arbitrariedad de las empresas y un avance sindical en los espacios de intervención para el gobierno de la actividad productiva.
Por ello entiendo adecuadas tus consideraciones, sobre todo tus advertencias, no sólo, y en ocasiones no tanto, en relación con los contenidos negociales, sino en relación con la práctica diaria de la acción sindical.
JLLB. Con relación a la flexibilidad: no creo que exagere al afirmar que el sindicalismo está de espaldas a la flexibilidad. Me pones el caso del convenio de la industria Química. Cierto, y también unos cuantos más que podríamos añadir. Pero son honrosas excepciones que el resto del sindicalismo no sabe aprehender. Es más, ignoro si los sindicalistas de otros ámbitos conocen esas cláusulas. Peor todavía, conocemos otros ejemplos --¿tengo que recordarte el convenio metalúrgico de Barcelona?— donde podríamos hablar de que el sindicato ha hecho un acto de “flexibilidad entregada” a la contraparte. Y, encima, a cambio de absolutamente nada. Bueno, dejemos las cosas aquí porque no quiero ser excesivamente impertinente.
Oye, ¿te parece que sigamos con el hilo conductor de nuestra conversación? Me refiero a los factores que, desde el sindicalismo nacional, explican (aunque sea parcialmente) que el sindicalismo global y la acción colectiva global tenga las mil y una limitaciones que tú mismo explicas. Por ejemplo, entiendo que la forma sindicato ha entrado en crisis definitiva: me refiero a la estructuración doméstica (o, si prefieres, interna) y a la representación pública, esto es, a los comités de empresa. Yo entiendo, Isidor, que el comité es, dispensa la irreverencia, un venerable anciano que ya no está para muchos trotes. Es más, es un sujeto afásico de la situación: de un lado, la empresa es global o tendencialmente global y, de otro lado, el comité sigue siendo autárquico. De ahí que entienda que el llamado “modelo dual” (comités y sección sindical de empresa) es pura herrumbre. De una manera menos desparpajada lo dijimos en un artículo conjunto que nos publicó Antonio Baylos en su Revista de Derecho Social. Por otra parte, creo que la mitificación que los sindicalistas de mi quinta hicimos acerca de los comités de empresa es otra de las gangas que hemos dejado a los actuales dirigentes.
IB.- Creo efectivamente que el tema de la flexibilidad (negociada y/o practicada) es uno de los que mejor expresa la naturaleza de la interlocución sindical-empresarial. Pero, José Luís, eres demasiado duro con el Convenio provincial de Barcelona y me parece útil recordar que en el último consiguieron superar una flexibilidad descontrolada al introducir una importante aproximación a la realidad estableciendo una nueva escala profesional y salarial.
Volviendo a nuestra apuesta por el aún inexistente sindicalismo global, considero que el problema central consiste en la dificultad para poner en pie efectivos órganos sindicales que, a todos los niveles, sean capaces de expresar los intereses sindicales en su ámbito dirigiendo la acción sindical a tal fin. Y que, para contribuir a ello, tutelen el desarrollo de los intereses y la correspondiente acción en ámbitos menores, es decir de los diversos colectivos que abarcan. Ello exigiría estructuras sindicales que enlacen organización y acción desde los ámbitos más reducidos, la empresa o centro de trabajo (incluso la sección en éste), hasta el más global, el mundial.
Pero no los tenemos. ¿Por qué? Seguramente porque los que ahora parecen desempeñar esta función, al menos como denominación, no son más que “coordinadoras”, sin capacidad ni voluntad de ser otra cosa. Coordinadoras en las que cada cual inevitablemente va a defender lo suyo, es decir los legítimos intereses de los trabajadores de su país, pero sin una perspectiva de intereses comunes y solidarios del ámbito supranacional. En estas coordinadoras se produce además un peso determinante de los países con mayor afiliación y mayor cotización (Alemania en Europa; Alemania, Japón y USA, en el mundo), sin que aparezcan órganos de dirección global, que asuman como prioritarios los intereses colectivos globales. Una función que debería corresponder esencialmente a los actuales Presidentes y Secretarios Generales, Secretariados y Comités de Dirección. Pero éstos despenden demasiado de aquellos, en su designación y en su quehacer.
Coincido con tu afirmación del carácter obsoleto hoy de los comités de empresa y, por tanto, en la necesidad de superar, tanto en la acción como en la denominación, la consideración de nuestra representación sindical “dual”. Porque ya para una correcta acción sindical diaria, en el centro de trabajo, es preciso una consciente presencia de elementos supranacionales. Y en la necesaria (aunque no conseguida aún) estructura sindical interrelacionada desde la empresa hasta el mundo mundial, muy poco o nada pueden aportar los comités, condenados al corporativismo de empresa, o peor aún, a la suma (e incluso confrontación) de los corporativismos de los diversos colectivos de la misma. Precisamente por su naturaleza, es imposible que establezcan la adecuada relación con las estructuras sindicales de ámbito superior a la empresa, lo que impide que puedan asumir la necesaria consideración de intereses sindicales que trasciendan su reducido ámbito de representación corporativa. La asunción de la acción sindical de empresa desde el sindicalismo organizado podría y debería constituir una contribución a la construcción del sindicalismo global.
JLLB. Bueno, en otra ocasión discutiremos qué tipo de flexibilidad se ha concretado en el último convenio del metal de Barcelona. Por lo demás, me parece que el quid de la cuestión de las dificultades del sindicalismo global (y muy especialmente el europeo) es la ausencia de contrapartes reales. Sin éstas, es francamente poco probable que las estructuras no pasen de ser “coordinadoras”, no sabiendo incluso qué procesos reales deben ser coordinados. El problema es cómo salir de ese callejón sin salida. Ahora bien, me parece chocante que no se generalicen aquellas experiencias que demuestran la existencia de un poder contractual de algunos sectores –por ejemplo, de químicos y textiles— que en esos escenarios globales, no sin dificultades, apuntan a una negociación, o constituyen ya un germen de negociación, apreciable. Tú las has vivido personalmente y tienes mucho que decir al respecto. Digo que es chocante esa desatención por parte de las estructuras sindicales globales a vuestras experiencias.
En definitiva, de “tales coordinadoras, sin capacidad ni voluntad de ser otra cosa”, según dices, me parece que lo más sangrante es que no tengan voluntad de ser algo más. Como igualmente me parece que, ante el problemón que tienen los trabajadores griegos, esas agencias sindicales globales hayan guardado un silencio clamoroso.
IB. Querido José Luis, volvemos a los temas del necesario, sindicalismo global, nuestro deseado sindicalismo global que espero que lo sea por alguien más que por nosotros dos (bueno, seguro que sí, el problema es que entre todos los que así opinamos tengamos peso suficiente, o a seguir sigamos con la táctica de la gota de agua …). Tienes razón en que una de sus dificultades es la ausencia de contrapartes reales, pero está por ver donde se ubica la causa y donde el efecto. El problema está en encontrar la salida a este callejón aparentemente sin tal, en saber que responsabilidad (y como ejercerla) tenemos desde el sindicalismo en la ausencia de organizaciones patronales capaces de ser la contraparte necesaria en todos los ámbitos para desarrollar una negociación que merezca tal consideración.
Porque sí existen estructuras empresariales europeas, pero la mayoría se autoprohíben la negociación colectiva y se constituyen solamente como lobbys hacia la Comisión Europea y como gabinetes técnicos de las patronales nacionales o las empresas. Además, está por ver su “conciencia europea”, pues las multinacionales que mayoritariamente las integran, también las de matriz europea, se sienten más bien compañías “mundiales, “globales”. Éstas sí asumen ese ámbito para si mismas, aunque en él no se estructuran como colectivos empresariales.
Perro no creo que se trate de echarles la “culpa”, aparte de lo inútil de tal planteamiento. Deberíamos recordar nuestra propia experiencia, es el movimiento sindical, la acción sindical, lo que obliga la patronal a organizarse cuando se plantean objetivos que les presionan como clase social, más allá de los intereses específicos de cada empresa. Algo tiene que ver con ello una curiosa carta conjunta enviada al Gobierno de Bangladesh el 11 de enero de este año por nada menos que Wallmart., Carrefour, Ikea, Levistrauss, H&M, Gap, y otras, solicitándole que aumente el Salario Mínimo de este país (ahora del orden de 17 € mensuales), no tanto por razones “humanitarias” (¿habría que esperarlo?) sino porque no pueden soportar la presión de los trabajadores bengalíes; y si ellos tienen que ceder, ¡que cedan todos! (aunque evidentemente no lo explican así). Conviene recordar que bastantes de los convenios colectivos sectoriales de ámbito estatal de nuestro país tiene su origen en una movilización sindical coordinada en el mismo ámbito.
Pero desde el sindicalismo supranacional organizado (más o menos ”coordinado”) no se plantean propuestas claras en este sentido. He vivido como algunos expresan serias reticencias cuando alguien como el que suscribe propone solamente la consideración del tema, o menciona de pasada la fórmula “negociación europea”. Dicen, los muy miopes, que a ellos no les conviene porque están mejor que la media. ¡No han aprendido ni de la historia de su propio sindicalismo!
No se ha discutido sobre qué bases, con qué plataforma, qué intereses comunes deberían defenderse en tal negociación supranacional, por lo que no es malo que digamos, sugiramos, en voz alta en torno a qué cuestiones debería impulsarse tal negociación-movilización. Considero que deberían ser los derechos básicos del trabajo: el efectivo ejercicio de la libertad sindical y el derecho de negociación colectiva en primer lugar, lo que debe suponer ir más allá de su proclamación formal para abordar las importantes limitaciones que se producen en la mayoría de países, particularmente en los en vía de desarrollo (recordemos que incluso Lula ha querido, pero no podido, modificar en este sentido la legislación laboral brasileña).
Entre tales derechos básicos hay que incluir también como esencial el “salario mínimo vital”, o “digno”, lo que vas allá de buscar una cifra, difícil ciertamente de concretar incluso en la Unión Europea (donde oscilaba en 2009 entre los 122 € de Bulgaria y los 1.641 € de Luxemburgo) [1]. Pero deberíamos discutir criterios homogéneos de cómo abordarlo y convertirlo en elemento de cohesión, partiendo de la enorme disparidad mundial en este momento, superando la consideración de las diferencias salariales en el mundo como elemento de confrontación o de excusa para apelar al “dumping social”, o peor aún, para fomentar actitudes de peligroso aislamiento o de vergonzante xenofobia.
Otro elemento de solidaridad, y por tanto de acción, debería constituirlo la intervención sindical en las proclamas y prácticas (también las hay) de Responsabilidad Social de las empresas. Tampoco en este tema se produce hoy una clara toma de posición (y de acción) de las estructuras sindicales supranacionales, encubriendo en ocasiones su inoperancia con fáciles críticas a las malévolas intenciones empresariales al respecto.
Hay ya algunas tímidas experiencias de aproximación a la negociación colectiva europea desde la CES y de las Federaciones sindicales europeas. También de intervención en la exigencia de cumplimiento de los compromisos de Responsabilidad Social en las cadenas de producción y distribución de las multinacionales de cabecera europea. Pero la elaboración de tales experiencias y su traducción en criterios sindicales por parte de la CES y de la CSI está por desgracia bastante por detrás de las mismas. El próximo Congreso de la CSI de Vancouver debería ser una buena ocasión para avanzar, y lo será en todo caso para volver sobre este tema.
Te refieres a un “silencio clamoroso” en relación al “problemón que tienen los trabajadores griegos”. Creo que tienes razón, y no por la falta de papeles y de declaraciones, pero el sindicalismo habla (e influye) esencialmente desde la acción colectiva. El sindicalismo griego merece ciertamente apoyo y solidaridad, pero no para jalear lo que en mi opinión es su planteamiento suicida, sino para intervenir (mejor sería “para estar interviniendo” ya antes) desde efectivos órganos de dirección sindical europeos en el marco de la crisis y de la necesaria propuesta y respuesta sindical europea, atentos y activos en relación con todos los problemas de ámbito europeo y de país, orientando las respuestas y fomentando la solidaridad.
JLLB. Bueno, querido amigo, vamos a dejar las cosas aquí. Pero, antes de despedirnos y decirte que ha sido, como siempre, un placer conversar contigo, permíteme una última pregunta: ¿has recibido ya respuesta de Guy Ryder? [2] La puse en facebook y ha sido muy comentada por los internautas.
IB. No, el compañero Guy Ryder, nuestro SG de la CSI, no ha respondido a mi “carta abierta”. La verdad es que no necesitaría una respuesta formal, pero me gustaría ver respondidas algunas de nuestras preocupaciones en la acción sindical de nuestra Confederación Sindical Internacional.
[1] Isidor Boix. Sobre el "Salario Mínimo Vital" o "Salario Digno" http://iboix.blogspot.com/2010/05/sobre-el-salario-minimo-vital-o-salario.html
[2] Isidor Boix. Carta abierta al compañero Guy Ryder, Secretario General de la CSI